La uva para vino es uno de los pocos cultivos en el que los mayores ingresos no provienen de una mayor producción, sino de la calidad de las uvas y el potencial del vino a elaborar. El estrés hídrico desempeña un papel clave en la calidad del vino, ya que la estrategia de riego determina el nivel de estrés que se aplica en momentos específicos del ciclo, especialmente durante la maduración, lo que puede influir en la expresión del vino, como la intensidad del color y el perfil aromático.
Sin embargo, aplicar estrés hídrico de manera efectiva no es sencillo, ya que tanto los suelos como las viñas presentan variabilidad. Diferentes zonas de un mismo viñedo tienen capacidades de retención de agua distintas. Si el diseño de los sistemas de riego no se ajusta a esta variabilidad, es posible que en un mismo sector de riego haya áreas con exceso o déficit de agua, lo que impide lograr la estrategia de estrés planificada.
Para un riego adecuado, primero es necesario identificar la variabilidad del viñedo y diseñar los sectores de riego en función de ésta, o bien agrupar zonas con capacidades de retención similares para luego aplicar riegos diferenciados, de manera que cada cepa reciba la dosis óptima. Además, el uso de técnicas alternativas al riego tradicional, como el riego por secado parcial de raíces (PRD, por sus siglas en inglés) o el riego subterráneo, permite mejorar la eficiencia y ajustar la estrategia de riego según los objetivos de calidad. Combinando estas tres prácticas —sectorización acorde a la variabilidad del suelo, PRD y riego subterráneo— se pueden lograr ahorros de agua de hasta el 50% y conseguir uvas y vinos de gran calidad.
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