Gran parte de la producción vitivinícola mundial se lleva a cabo en suelos con estructura degradada y con un contenido en materia orgánica inferior al 1%. El uso excesivo del arado agrava esta situación, obligando a los viticultores a recurrir a fertilizantes y herbicidas químicos, lo que genera desequilibrios en las vides y afecta la calidad de las uvas. Para hacer frente a este desafío, es necesario promover técnicas regenerativas que mejoren la calidad del suelo, aumenten la biodiversidad y la productividad, y permitan a los viñedos adaptarse al cambio climático. Una de estas técnicas es el acolchado orgánico, que consiste en cubrir el suelo con materiales naturales para regular la temperatura y la humedad, reduciendo además las emisiones de CO2. En dos viñedos de Tempranillo en la D.O.Ca. Rioja, España, se evaluaron varios tipos de acolchado orgánico: paja, restos de poda de la vid y sustrato post-cultivo de champiñón. Estos tratamientos se compararon con métodos convencionales como el uso de herbicidas y el laboreo, con el objetivo de analizar su impacto en los parámetros físico-químicos del suelo, las emisiones de CO2, la productividad y la fisiología de la vid. Asimismo, se evaluaron los efectos en el mosto y el vino resultante.
La viticultura tradicional ha experimentado un resurgimiento a nivel mundial, con un creciente número de viticultores que regresan a prácticas ancestrales, gestionando sus viñedos como lo hacían sus antepasados: sin el uso de aditivos ni plaguicidas, y promoviendo una agricultura regenerativa. La transición hacia prácticas más sostenibles en la viticultura no solo favorece la producción, sino que también puede ayudar a mitigar los efectos del cambio climático. Esto es especialmente relevante en regiones semiáridas, donde el cultivo de la vid requiere grandes cantidades de agua de riego para completar su ciclo de crecimiento, coincidiendo con los meses más secos (Flexas y col., 2010).