El control de las malas hierbas constituye uno de los principales objetivos del manejo del suelo del viñedo. En algunos escenarios, las tradicionales labores, tanto en las calles como bajo la línea de las cepas, se ven sustituidas por estrategias menos agresivas para el suelo. A su vez, la aplicación de herbicidas, en especial bajo la línea, también es motivo de búsqueda de alternativas menos contaminantes. En este contexto, en los últimos años han surgidos propuestas hacía un manejo del suelo más respetuoso, teniendo como exponente los postulados de la viticultura regenerativa. En ellos la instalación de cubiertas vegetales, espontáneas o sembradas (Fig. 1), toman un claro protagonismo y es promovida, a su vez, por los eco-regímenes de la nueva PAC; pero no están ausentes de controversia por su posible competencia con el cultivo ante la actual crisis climática. Por su parte el uso de acolchados orgánicos bajo la línea se presenta como una prometedora alternativa a los pases de intercepa o a las aplicaciones herbicidas, pudiendo incluso favorecer el vigor y rendimiento de las cepas, pero existen también limitaciones sobre disponibilidad, coste y aplicación de estos acolchados. En este contexto tan diverso de opciones de manejo resulta imprescindible tener resultados experimentales que permitan valorar la idoneidad y eficacia de estas alternativas.
De manera tradicional las labores del suelo han sido las prácticas más frecuentes de manejo del suelo en viñedo. El principal objetivo de estas labores es mantener el suelo libre de malas hierbas y evitar su competencia con el viñedo por agua y nutrientes. Esta práctica es muy usual en viñas de secano, tanto en terrenos pobres como en zonas más productivas, pero también en viñedos de regadío. Las labores se realizan tanto en las calles como bajo el cordón. En las calles, las labores aparte de mantener el suelo libre de malas hierbas permiten incorporar fertilizante, forzar el enraizamiento de la viña a mayor profundidad, facilitar la infiltración de agua y la aireación del suelo (Ibáñez, 2015). Sin embargo la recurrencia de las labores a lo largo del año, tanto en las calles como bajo las cepas, configura un escenario con consecuencias negativas para el sistema. La recurrente remoción incrementa el riesgo de erosión y la pérdida de suelo fértil, empobrece su estructura, crea una suela de labor, reduce el contenido de materia orgánica y altera la composición de microorganismos. A su vez, el elevado consumo de combustible que comportan las labores generan el doble de huella de carbono que el propio uso de plaguicidas o fertilizantes (Jradi y col., 2018).