En los últimos años, la preocupación sobre el impacto ambiental asociado al empleo de plaguicidas químicos convencionales ha suscitado un interés creciente por alternativas para el control de plagas más sostenibles y respetuosas con el medio ambiente. Los bioplaguicidas, una categoría de fitosanitarios derivados de fuentes naturales, emergen como una solución prometedora para la protección de cultivos. Sin embargo, existe cierta confusión sobre la naturaleza de estos productos y su tipología y adaptación a distintos tipos de requisitos técnicos y regulatorios, e incluso sus ventajas e inconvenientes respecto a los plaguicidas químicos, que, junto con los desafíos y oportunidades a los que se enfrentan estos productos naturales y su potencial para revolucionar las estrategias globales de protección de cultivos, son abordados en el presente artículo.
La agricultura desempeña un papel crucial para garantizar la seguridad alimentaria y apoyar el crecimiento económico en un mundo cuya población crece vertiginosamente junto con la demanda de alimentos. Sin embargo, la actividad agrícola presenta el gran reto global de adoptar prácticas y estrategias que equilibren la productividad y la sostenibilidad ambiental. En este contexto, el inevitable uso de plaguicidas químicos convencionales para en la protección de cultivos ha suscitado preocupaciones crecientes asociadas a su impacto sobre los seres humanos, el medioambiente y los organismos no diana, así como el desarrollo de resistencia a los mismos, que han calado con fuerza en las normativas de protección de cultivos mundiales, en especial en la Unión Europea, con una regulación creciente que aboca hacia estrategias basadas en alternativas no químicas como los bioplaguicidas. De hecho, se constata una disminución anual del 2% en el uso de plaguicidas químicos, mientras que crece un 10% el de bioplaguicidas, que en la actualidad suponen alrededor del 5% del mercado global de plaguicidas (Damalas y Koutroubas, 2018; Pathma y col., 2021); las novedades normativas al respecto en la Unión Europea dieron lugar a una reducción de 1.000 materias activas plaguicidas en 2001 a 250 en 2009, además de una inquietante ralentización de la entrada de nuevas alternativas (McDougall, 2013).