En los últimos 35 años, la sanidad vegetal en los cultivos hortícolas bajo cubierto ha pasado por etapas muy marcadas. Saliendo del control de plagas eminentemente químico, la dependencia los plaguicidas llegó a ser técnicamente insostenible, por la resistencia de principales plagas a las materias activas disponibles, además de generar graves problemas por la presencia de residuos en las cosechas. La fauna auxiliar, tanto para la polinización como para el control biológico, ha ofrecido fantásticas soluciones técnicas y comerciales a estos problemas. En la última etapa, todavía en pleno desarrollo, se optimiza el control biológico a través de medidas agroecológicas, dirigidas a la creación de mejores recursos para la fauna auxiliar, incrementando la biodiversidad. Poco a poco, estas medidas cambian el aspecto de los paisajes dominados por plástico.
En los cultivos hortícolas en invernadero, con cosechas durante la mayor parte del año, la tolerancia frente a plagas y enfermedades es baja en todos los momentos. El sector también es muy vulnerable frente a problemas fitosanitarios, por la altísima concentración de invernaderos en las zonas productoras más importantes de España. Desde los inicios, los agricultores han utilizado productos fitosanitarios para controlar las plagas, incrementando la frecuencia de los tratamientos, con una gama de materias activas cada vez más amplia. El primer gran paso en el empleo de fauna auxiliar en los invernaderos, y en la reducción del uso de plaguicidas, ha sido la introducción de las colmenas de abejorros para la polinización de tomate. Antes de disponer de estos polinizadores, se inducía el cuaje de los frutos de manera manual y artificial, aplicando fitohormonas de forma muy localizada en cada racimo con flores abiertas. En promedio, se dedicaban unos 20 jornales por mes por Ha a esta labor. La polinización natural (Fig. 1) resultaba ser sumamente rentable, tanto por el ahorro de mano de obra, como por el aumento de calidad de la producción. Por ello, los abejorros rápidamente encontraron su camino: la presencia de las colmenas en Almería aumentó del 5% de las fincas en 1993 al 95% en 1996 (Van der Blom, 2002). Para mantener la actividad de las colmenas, los agricultores se vieron obligados a adaptar su sistema de control de plagas. Tenían que evitar el uso de todos los insecticidas incompatibles con los polinizadores y, en general, reducir los tratamientos a un mínimo. A raíz de este cambio, nunca se han producido problemas de residuos en las cosechas de tomate.