Como asesor de campo con más de treinta años de experiencia, he ido viendo cómo han ido cambiando y evolucionando las prácticas agrarias, especialmente en cuanto a las estrategias fitosanitarias se refiere.
El uso y abuso de productos fitosanitarios que había hace unas décadas fue cambiando muy rápidamente a partir de los noventa, con una mayor tecnificación y toma de conciencia de los profesionales del campo.
De la mano de la Administración y empresas privadas, durante años fuimos avanzando en estrategias integradas de plagas, en una mayor optimización de la fertirrigación y otras prácticas agronómicas. Se han ido normalizando las herramientas de control biológico y control tecnológico de plagas en aquellos cultivos y situaciones en las que han demostrado su utilidad, y se ha avanzado en un uso mucho más limitado, eficiente y seguro de los productos fitosanitarios (algo similar sucede con el riego y con el uso de fertilizantes, recursos cada vez más limitados y caros).
Creo que habíamos alcanzado un grado de tecnificación, de calidad y de seguridad a la altura de las mejores agriculturas del mundo. Sin embargo, en la actualidad, y de cara al futuro, se ciernen serias amenazas para mantener este estatus. Nuevos requisitos, nuevas limitaciones, nuevos controles o nuevos objetivos en los modelos de agricultura que, lejos de avanzar en sostenibilidad, seguridad alimentaria o medioambiental, podrían tener efectos contraproducentes, e incluso poner en riesgo nuestra capacidad de producción agraria.