Las ciudades están queriendo ser más verdes, más saludables, más habitables. Esto es excelente, mas aun después de experimentar la ‘esencialidad’ de estos espacios verdes frente a una crisis como la causada por el COVID. Otro efecto beneficioso conocido por todos es el efecto burbuja de calor, que hace subir la temperatura en la ciudad y que se combate con menos motores y más vegetación. Plantar árboles siempre ha sido un buen argumento político y de buena imagen, pero ha escaseado una buena planificación a largo plazo. Analizándolo, nos damos cuenta de que se ha abusado de algunas especies, más o menos idóneas, que han derivado en monocultivos que sin una adecuada gestión llevan consigo desequilibrios ecológicos, carencias y fisiopatías que derivan a su vez en más desequilibrios en la ciudad, que ya de por sí es desequilibrada, y generan auténticas invasiones de plagas que hacen que la ciudadanía reclame volver a la calle vacía y al asfalto caliente en aras de la limpieza y la seguridad.
Por otro lado, desde Europa, primando la salud de los ciudadanos, vienen nuevas directrices que ‘limpian de productos tóxicos’ nuestras ciudades y marcan normativas estrictas hacia el cambio de gestión de los espacios verdes de uso público, con objetivos a corto y medio plazo de residuo cero y reduciendo drásticamente la lista de productos disponibles. Las normativas cambian con rapidez y son complejas.
Un tercer factor no menos importante es la llegada de nuevas plagas de otros países. Estas plagas alteran aún más el frágil ecosistema urbano, y con la ayuda del cambio climático, que ha favorecido un aumento de las temperaturas, consiguen ocupar el nicho de especies vegetales que hasta ese momento no tenían problemas graves. Hablamos del picudo rojo de las palmeras, la psila africana, barrenadores en coníferas, cochinilla de Sudáfrica, orugas defoliadoras y un largo etcétera, que complica más la situación de control por la agresividad y virulencia de ellas mismas y de las enfermedades que transmiten, como Xylella y HLB, que acaban con árboles ejemplares irremplazables que llevan cientos de años desarrollándose entre nosotros sin sufrir alteraciones ni reclamar cuidados especiales.
Por último, tengamos en cuenta que, además de las ‘molestias’ que sufren algunos ciudadanos/usuarios del arbolado, aparecen los problemas de seguridad producidos por la acción de las plagas, que derivan en quejas, demandas, indemnizaciones e incluso casos de responsabilidad penal hacia los responsables.
Los técnicos nos volvemos locos para conciliar todos los factores; esta situación requiere una formación constante y estar al día de todas las alternativas disponibles, que pueden funcionar muy bien en un clima y sin embargo en otro no ser suficientes, siendo habitual encontrarnos sin recursos económicos, técnicos y/o legales, cuando mas los necesitamos, para atender todo lo que conlleva una gestión de miles de árboles de cualquier ciudad pequeña o grande.