Cuentan una anécdota simpática del conde de Romanones ocurrida en aquel Madrid de señoritos y violeteras de principios de siglo. La ciudad tenía organizado un servicio de serenos encargados de vigilar durante la noche las casas de los distintos barrios, entre cuyas funciones estaba la de custodiar las llaves de las casas y abrir la puerta a sus dueños cuando estos, a la voz de: –¡Sereno! – los llamaban. Un servicio que se mantenía gracias a las propinas más o menos generosas que daban los propietarios. Una noche, el conde de Romanones, después de requerir a su sereno para que le abriera el portalón de su casa, rebuscó en el bolsillo de su chaleco unas monedas y se las alargó al vigilante que, al tacto, comprobó que ellas no eran más que unos pocos ochavos, por lo que, en voz baja, pero no tanto para que don Álvaro lo pudiera oír, dijo: –¡Hay que ver, el hijo del conde es más espléndido que su padre!– A lo que el conde, con la viveza que le caracterizaba respondió: –Es natural, buen hombre. Es que mi hijo tiene un padre rico.
Viene esta anécdota a cuento del anuncio que ha hecho el ministro de Agricultura sobre la modificación de la PAC, cada vez más esquelética y retorcida, y con la cual, desde que entramos en la UE, muchos agricultores parece que hubieran sido hijos de Romanones por su comportamiento relajado y desentendido de los descubrimientos hallados en numerosas investigaciones, entre otras, de sanidad vegetal, con cuyas tecnologías los agricultores habrían producido importantes mejoras y un incremento de renta.
En la primera parte del siglo XX, las investigaciones españolas para el control de plagas habían conseguido estar en sintonía con los procedimientos más avanzados del mundo. Gómez Clemente, Nonell, Del Cañizo, Urquijo, entre otros, tenían magníficos resultados para el control de plagas mediante la utilización de parasitoides – Cryptolemus, Rodolia, Aphelinus, etc.– pero con el descubrimiento del DDT, aquellos trabajos y su aplicación se interrumpieron a partir de la segunda mitad del siglo XX. Los agricultores apostaron por la comodidad de terapéuticas basadas principalmente en la utilización de los clorados en lugar de por los parasitoides, a pesar de que enseguida se comprobó que ellos tenían numerosos efectos secundarios negativos.