Es bien conocido que la temperatura influye de un modo determinante sobre la velocidad de desarrollo de los insectos, dado el carácter ectotermo de estos organismos. En base a ello, se han puesto a punto métodos que utilizan la temperatura ambiental como instrumento de predicción de la evolución del desarrollo de los mismos. A lo largo del tiempo, el más utilizado ha sido el conocido como método de grados-día. Sin embargo, en la actualidad se están poniendo a punto otros más precisos apoyados en los avances en las nuevas tecnologías y en los instrumentos de medida de las temperaturas. Todos estos métodos requieren disponer de modelos matemáticos que relacionan la tasa de desarrollo con la temperatura. En el presente artículo se presenta una revisión sobre los modelos que se han ido proponiendo a lo largo del tiempo, así como un protocolo estándar para llevar a cabo la obtención y validación de los mismos. Finalmente, se indican una serie de consideraciones que es necesario tener en cuenta para la correcta utilización de estos métodos predictivos, así como algunas de sus aplicaciones más importantes a la Gestión Integrada de Plagas, destacando algunos ejemplos en el caso de plagas de la vid.
Al igual que otros organismos vivos, los insectos son capaces de sobrevivir solo dentro de un rango determinado de temperaturas. Dentro de ese rango, a su vez, los valores de la temperatura influyen de un modo determinante sobre la rapidez con la que pasan desde el estado de huevo hasta adulto, es decir sobre la velocidad de su desarrollo. Principalmente, esto es debido a que, al tratarse de organismos ectotermos incapaces de generar su propio calor interno, la temperatura exterior determina, en gran medida, la velocidad a la que se suceden sus procesos bioquímicos.
En este sentido, si se representa el tiempo de desarrollo en función de la temperatura en unos ejes cartesianos, aparece una curva en forma de "J" invertida (Figura 1). Si lo que se representa en función de la temperatura es la tasa de desarrollo, definida como la inversa del tiempo de desarrollo y que, por tanto, mide la porción de desarrollo avanzada por unidad de tiempo, la curva resultante está integrada por otras dos: una primera de tipo sigmoide y una segunda próxima a una lineal de pendiente alta y negativa (Figura 2). En esta función aparecen tres puntos singulares: (i) el umbral mínimo de desarrollo (UmD), correspondiente al valor mínimo de temperatura a partir del cual el organismo se puede desarrollar; (ii) la temperatura óptima (Topt), en la que tasa de desarrollo es máxima; y (iii) el umbral máximo de desarrollo (UMD), que marca el límite superior por encima del cual el desarrollo del insecto es inviable. Un aspecto importante que debe ser considerado es el hecho de que a cada estado o estadio de desarrollo de un insecto (huevo, cada uno de los estadios ninfales o larvarios y pupa) le corresponde su propia función, hasta el punto de que, en algunas especies, puede haber diferencias notables entre las funciones correspondientes a las distintas fases de desarrollo. Finalmente, es interesante señalar que la temperatura también influye de modo importante sobre la mortalidad, de modo que a temperaturas próximas al UmD y superiores a la Topt, los porcentajes de mortalidad son muy elevados. Por el contrario, a temperaturas intermedias, la mortalidad suele ser baja.
Por todo lo anterior, no es de extrañar que la idea de poner a punto métodos que utilizan la temperatura ambiental como instrumento de predicción de la evolución del desarrollo de los insectos haya sido ampliamente considerada.