El hombre va descubriendo muy despacio, y a tientas, la naturaleza y los fenómenos que ocurren en ella, y cuando comprobamos el origen de esos conocimientos vemos que muchos eran pura superchería, aunque desde ellos hemos podido llegar hasta aquí, y si hoy no tienen valor científico, desde un punto de vista literario son, cuando menos, entrañables.
El hombre va descubriendo muy despacio, y a tientas, la naturaleza y los fenómenos que ocurren en ella, y cuando comprobamos el origen de esos conocimientos vemos que muchos eran pura superchería, aunque desde ellos hemos podido llegar hasta aquí, y si hoy no tienen valor científico, desde un punto de vista literario son, cuando menos, entrañables.
Abu Zacarías Yahia ‘El Sevillano’, en el siglo XII, afirma: “Si el manzano fuere gusaniento, se infundirá en su pie excavado orina de cabras, y dejándole descubierto cuatro días, al quinto y sexto se le dará un copioso riego de agua dulce al ponerse el sol: y si al tiempo de fijar su plantón se le untare el pie con hiel de buey no se le agusanará el fruto. También se afirma, que lo mismo le sucede, ni se le cae la hoja, plantándole cerca cebollas albarranas, que son las de ratón”. Cuatro siglos después, Alonso de Herrera escribe: “Dicen que si la hortaliza tiene piojuelo, que una muger, cuando tiene su flor, dé dos o tres vueltas descalza en rededor de la era, y caerá todo el piojuelo: y no es de maravillar, pues tanta es en aquel tiempo su ponzoña, que mancha un espejo si a él se mira, y aun muchas veces le quiebra, como por experiencia se ve, pues no es mucho que mate el piojuelo”.
Ahora, con la ayuda de procedimientos bioquímicos podemos aproximarnos a las moléculas y con el procesamiento de la información obtenida –la informática– y con la transferencia de los resultados obtenidos – la telemática–, el avance de la ciencia es revolucionario –en el buen sentido de la palabra–; pero como toda revolución, de final impredecible.
Nadie que está siendo protagonista de un suceso evolutivo tiene perfecto conocimiento del mismo; para ello es necesario un mínimo de perspectiva. El crecimiento que experimentamos cuando somos niños o el deterioro que se produce cuando envejecemos no los conocemos en el instante que suceden. Los fenómenos sociales no son distintos de los fisiológicos, y tampoco los hombres del Renacimiento fueron conscientes de la revolución que produjo el descubrimiento y utilización de la imprenta, la pólvora y la brújula que Marco Polo nos trajo de China.