Las plantas, como los animales y seres humanos, enferman y mueren a consecuencia de ataques de agentes infecciosos como viroides, virus, bacterias, hongos y nematodos, pero también debido a diferentes tipos de estrés ambiental y desórdenes genéticos o fisiológicos. La Fitopatología estudia las enfermedades de las plantas y aunque se originó como una proyección de la Microbiología y de la Biología Vegetal, surgió de una necesidad de la propia Agricultura. Pocos microbiólogos son conscientes de que algunos grandes logros de la Microbiología tuvieron su base en el estudio de enfermedades de las plantas de gran trascendencia económica. Por ejemplo en 1878, sólo dos años después de que Pasteur y Koch demostraran por primera vez que el ántrax del ganado era causado por una bacteria, Thomas Burril en Estados Unidos descubría que el fuego bacteriano del peral y manzano también eran ocasionados por otra bacteria, que más tarde se denominó Erwinia amylovora. Hoy asistimos a un frenético avance de otras disciplinas científicas de las que se nutre la Fitopatología, como es el caso de la Biología Molecular en el campo de la genómica y proteómica, con la secuenciación y anotación de genomas tanto de hospedadores como de patógenos.
El conocimiento generado está permitiendo comprender mejor los principios básicos de la interacción planta-patógeno y nos está dotando de herramientas poderosas para la mejora genética de las plantas de cultivo, así como para la detección y trazabilidad de patógenos de gran interés económico.
Actualmente ya han sido secuenciados los genomas de ocho bacterias fitopatógenas y de varias especies vegetales, y está en proceso la secuenciación de genomas de sesenta microorganismos fitopatógenos y treinta plantas de cultivo.
La Fitopatología, aunque se beneficia de los grandes avances en otros campos, tiene que asumir nuevos retos que son consecuencia de la globalización de los mercados, de los avances en nuevas tecnologías que nos permiten establecer cultivos en zonas o condiciones subóptimas y de la capacidad de adaptación de los patosistemas. Caben destacar entre otros la introducción de nuevos patógenos en zonas donde previamente no existían, la limitación de la durabilidad de la resistencia varietal y la pérdida de sensibilidad en algunos patógenos a determinados fungicidas y bactericidas.
Esta problemática se ve acrecentada por una limitación en los medios de lucha, basados mayoritariamente en el pasado en tratamientos con productos fitosanitarios de síntesis. Hace ya catorce años Europa se embarcó en una profunda regulación de la producción, comercialización y uso de productos fitosanitarios mediante la directiva 91/414/CEE cuya implementación completa se prevé para el año 2008. Lamentablemente, la ventaja que supone la harmonización del registro de productos fitosanitarios y reducción en el número de materias activas a casi la mitad, se ha visto mermada por la burocratización y en algunos casos exceso de prudencia en la toma de decisiones en la Unión Europea. Además, la lentitud del proceso es en parte consecuencia de que éste se diseñó sin el avance suficiente a nivel práctico en técnicas alternativas a la lucha química (por ejemplo el control biológico), con el riesgo de que ciertas enfermedades de gran repercusión económica queden sin una solución adecuada, especialmente en los países del sur de Europa.
Una dificultad añadida que afecta en general a la protección vegetal es la mala aceptación social de algunas nuevas tecnologías de control de enfermedades como las basadas en el uso de plantas transgénicas. El rechazo en Europa hacia las plantas transgénicas obedece en parte a una desconfianza de los ciudadanos que es consecuencia de sucesivas experiencias negativas en el campo alimentario (aceite de colza adulterado, encefalopatía espongiforme bovina, dioxinas). En realidad, también se debe a un manejo subjetivo de la información sobre sus ventajas e inconvenientes, especialmente por parte de algunos medios de comunicación y de intereses tanto de empresas como de asociaciones más o menos ecologistas.
Desde la perspectiva fitopatológica la introducción de resistencias a patógenos en variedades convencionales de valor agronómico bien establecido, presenta ventajas sustanciales en el campo de la lucha contra enfermedades.
Entre las más relevantes se pueden citar la disponibilidad de métodos de control hasta ahora inexistentes para algunas enfermedades víricas y la reducción en el uso de fungicidas y bactericidas utilizados para el control de micosis y bacteriosis. En cuanto a los inconvenientes, poco a poco éstos se van acotando. A parte de los cada vez menos soportados científicamente efectos ambientales adversos, sobre todo si se compara con el impacto del uso de plaguicidas convencionales, la problemática de los cultivos transgénicos se circunscribe más bien a un contexto de tipo legisla tivo que regule la convivencia con una agricultura basada en cultivos no transgénicos.
En cambio, existe en general una buena aceptación social de los productos derivados de la agricultura ecológica. Las buenas prácticas en este sector en auge en nuestro país representan también un reto para la Fitopatología, que en muchos casos no tiene soluciones a los problemas derivados de enfermedades que se plantean, bien sea por la ausencia de herramientas de control suficientemente eficaces autorizadas o por no disponer de conocimientos científico-técnicos adecuados. Resulta por lo tanto evidente la necesidad de potenciar la investigación en este campo, obviamente con el rigor y metodología científicos que permitan una toma de decisiones objetiva. Sin embargo, la práctica de la agricultura ecológica no está exenta de contradicciones. Sorprende en el nuevo contexto de mayor rigor en el registro de productos fitosanitarios como siguen apareciendo en el mercado productos bajo el calificativo de "bio", "natural" o "extractos". Si bien es cierto que en general no presentan efectos adversos, en muchos casos tampoco poseen una eficacia contrastable experimentalmente, e incluso sin ninguna base científica objetiva se les atribuyen propiedades, como por ejemplo la estimulación de defensas en las plantas.
En el terreno formativo, se tiene la sensación de que se está perdiendo la visión integrada de la Fitopatología, en beneficio de una elevada especialización que supone mayores oportunidades profesionales y curriculares sobre todo en nuestro sistema universitario y de investigación. La Sociedad Española de Fitopatología mantiene desde hace años una actividad editorial que pretende contribuir a una mejor formación en este campo, tanto a nivel técnico como científico. Sin embargo, existe una notable falta de peso específico de las materias fitopatológicas en la formación universitaria, que lejos de mejorar ha ido agravándose en el pasado con los sucesivos cambios en los planes de estudios. La nueva reforma que se avecina en el marco del acuerdo de Bologna para homologación de los estudios universitarios en la Unión Europea nos ofrece una excelente oportunidad para plantear una formación sólida en el campo de la Sanidad Vegetal. No será fácil conseguirlo en un contexto universitario que deberá adaptar los contenidos de los planes de estudios para impartir los conocimientos y forjar aptitudes que se requieren para ejercer la actividad profesional y a la vez ser capaz de realizar equilibrios para sortear algunos de los inconvenientes de la actual estructura académica.
Finalmente, aunque se están realizando esfuerzos por parte de las Administraciones Públicas para disponer de una infraestructura de I+D de buen nivel en España, el presupuesto en relación con el Producto Interior Bruto está aún lejos de lo que debería ser, ya que representa sólo la mitad de la media de la Unión Europea y se sitúa por debajo de algunos países de reciente incorporación.