La expansión en los últimos años del gusano cabezudo Capnodis tenebrionis está provocando daños de importancia en muchas plantaciones de almendro y frutales de hueso de Andalucía. El daño más grave lo realizan las larvas, que destruyen las raíces y causan un debilitamiento general del árbol y defoliaciones hasta, en ocasiones, su muerte definitiva.
Entre las causas del aumento de las poblaciones de C. tenebrionis, la Red de Alerta e Información Fitosanitaria de Andalucía (RAIF) apunta al incremento de las temperaturas; al uso abusivo de plaguicidas, que ha reducido las especies depredadoras de la plaga; al desconocimiento del momento adecuado para el tratamiento fitosanitario; a ciertas técnicas de cultivo y utilización de material más susceptibles al ataque; y a los sistemas de riego por goteo, ya que la optimización del reparto de agua crea zonas secas cerca del árbol que favorecen la reproducción.
Los ataques son más acusados en plantaciones viejas, aunque también se pueden iniciar en las jóvenes, especialmente en secano, así como en riego deficitario y parcelas abandonadas, que actúan en muchos casos como foco de contaminación. Las plantaciones en secano y suelos de textura arenosa son las más susceptibles a padecer el ataque del coleóptero. El síntoma más evidente, el progresivo debilitamiento de los árboles, se percibe en verano.
Para el control del gusano cabezudo, es muy importante la detección precoz de adultos para poder intervenir antes de apreciar los primeros síntomas en los árboles. La RAIF recomienda algunas medidas culturales que palien o reduzcan la actividad de la plaga, como mejorar las características del riesgo y aumentar su frecuencia de estos en casos de ataques puntuales, ya que uno de los factores que favorecen su desarrollo son los secanos.
En épocas de puesta, de abril a julio y de agosto a octubre, es muy recomendable mantener la tierra laboreada porque la dificulta. También conviene implantar lindes de setos y árboles para atraer a aves insectívoras, y la recogida de adultos en árbol, de agosto a septiembre, es un método muy efectivo pero con un coste elevado.
Para dificultar las puestas de los adultos cerca de las raíces, la RAIF sugiere la colocación de láminas de plástico alrededor del tronco de los árboles, con un radio de al menos 60 cm., sujeta con tierra o piedras. Este método, sin embargo, no impide que las larvas de la raíz ya existentes completen su ciclo. En regadío (a manta) deberá retirarse a finales de agosto o septiembre para evitar la aparición de hongos en las raíces.
La quema de los restos vegetales afectados por la plaga, especialmente del sistema radicular y tronco hasta 30 cm, es otra de las recomendaciones de la RAIF, así como evitar que los árboles secos permanezcan en el campo para que no actúen como refugio a finales de agosto y septiembre.
Entre los métodos biológicos, existen formulaciones a base de nematodos entomopatógeno y quitosano para el control de larvas. La especie más efectiva es Steinemema carpocapsae. Se aplica mediante dos riesgos alrededor del tronco: el primero en primavera, de abril a junio, y el segundo al final de verano, de mediados de agosto a mediados de octubre. También puede ser efectiva la aplicación de Bacillus thuringiensis en las épocas de máxima necesidad de alimentación para reducir la intensidad de la plaga (mayo, junio, agosto y septiembre).
El control químico se efectúa mediante pulverizaciones dirigidas a las partes aéreas de los árboles en los momentos clave para evitar que realicen la puesta. Hay, básicamente, dos periodos de tratamiento: el de los adultos nuevos del año (marzo y abril) y el de puesta de los adultos que salen de los refugios invernales (junio y julio). En caso de que sea detectado, debe realizarse el control de adultos mediante acetamiprid 20%, única sustancia activa autorizada, al inicio de la primavera, momento de salida del reposo, y a finales del verano, cuando emergen nuevos adultos y antes de que se retiren a refugios invernantes. Algunos ensayos demuestran que también es efectiva la aplicación de insecticidas al suelo para evitar la penetración de larvas recién nacidas, aunque no se disponen de materias activas autorizadas para ello.