Un nuevo patógeno amenaza los cultivos de cucurbitáceas. Se trata del virus del amarilleo clorótico de las cucurbitáceas (cucurbit chlorotic yellow virus, CCYV), que ya se ha detectado en la isla de Tenerife y en tres invernaderos de Andalucía, pero probablemente está mucho más extendido. La infección temprana puede afectar a la producción de fruto, que es menor y de peor calidad.
CCYV es un crinivirus (familia Closteroviridae) que se identificó por primera vez en Asia en 2004, donde causaba daños en cultivos de melón, sandía y pepino en China, Japón y Taiwán. En la última década, se ha ido detectando en el norte de África (Egipto, Argelia y Sudán), Oriente Medio (Israel, Líbano, Jordania, Irán y Arabia Saudí) y algunos países de Europa, como Chipre, Grecia y Turquía. Desde 2018 también se ha identificado en Estados Unidos (California, Alabama, Florida, Georgia y Texas), y el año pasado se informó de los primeros hallazgos en Filipinas, India y Corea del Sur. A pesar de su rápida propagación global, el virus todavía no se ha regulado en ninguna región.
En España, se ha descubierto recientemente tanto en la península, en tres invernaderos de pepino ubicados en Andalucía, como en Tenerife, en plantaciones de sandía y calabacín. Pero Luis Galipienso, virólogo del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias y uno de los investigadores que identificó el virus en las muestras infectadas de Tenerife, sospecha que está mucho más extendido porque “los síntomas que induce en las plantas (amarilleo de las hojas y clorosis nervial que puede derivar en necrosis cuando avanza el cultivo) son muy similares a los de otras enfermedades, como el virus del amarilleo de las cucurbitáceas (cucurbit yellow stunt disorder virus, CYSDV), que también es un crinivirus, y que está presente en nuestro país desde hace tiempo. Como se ha detectado en España hace poco, aún no se han hecho los estudios epidemiológicos necesarios para determinar su distribución”. En la misma línea, el informe del primer hallazgo en la península señala que “es posible que CCYV se haya extendido por toda la cuenca del Mediterráneo, sin ser detectado debido a las similitudes de los síntomas de amarillamiento entre CYSDV y CCYV”.
La transmisión de la enfermedad entre plantas se produce exclusivamente mediante la mosca blanca Bemisia tabaci (biotipos B y Q), de una manera semipersistente (hasta doce días de retención), lo que permite al virus dispersarse con cierta facilidad. “Las plantas infectadas, sobre todo si ocurre al principio del cultivo, son menos productivas y los frutos que produce son de menor calidad”, señala Galipienso.
Actualmente, la principal estrategia para evitar su propagación es el control del vector. “Aunque se han detectado algunas accesiones de melón resistentes a CCVY, hasta la fecha no hay variedades comerciales de melón, sandía, pepino y calabacín resistentes. Por tanto, el control de la enfermedad ha de basarse en la reducción de poblaciones del insecto, la aplicación de barreras físicas que dificulten el acceso de la mosca blanca al cultivo y la erradicación de plantas infectadas, tanto del cultivo como malas hierbas que puedan actuar como reservorios del virus”, resume el investigador del IVIA.