Decir que desde 1988 hasta nuestros días la sanidad vegetal del cultivo del olivo en España ha cambiado profundamente puede parecer un tópico, una expresión común y obvia, y en este breve artículo pretendo describir los principales aspectos de este cambio.
Lo que más ha cambiado ha sido la manera de afrontar los problemas fitosanitarios del olivar y no tanto los propios problemas, aunque estos también han experimentado algunas transformaciones.
En relación a las plagas, la mosca del olivo (Bactrocera oleae) (Foto 1) y la polilla del olivo (Prays oleae) siguen siendo las principales, a las cuales se dedican los mayores esfuerzos fitosanitarios. La mosca del olivo en concreto es una de las pocas plagas importantes de grandes cultivos españoles que sigue sin dominarse y no solamente eso, sino que, en los últimos años, con motivo de las otoñadas más benignas que hemos vivido, el impacto de última hora que se produce en muchas comarcas olivareras españolas es notorio, lo cual demuestra que continúa siendo imprescindible un seguimiento continuado de este díptero.
Por otra parte, la polilla del olivo sigue manteniendo la alerta del olivarero, aunque el seguimiento de los umbrales de decisión no aconseje realizar aplicaciones fitosanitarias en la mayor parte de las ocasiones.
La valoración que podría hacerse de las enfermedades es similar. Las más importantes, el repilo (Fusicladium oleagineum) y el emplomado (Pseudocercospora cladosporioides), siguen requiriendo la mayor atención por parte del olivarero, si bien este último ha incrementado su presencia, seguramente porque se diagnostica mejor.
Hay enfermedades que han ido perdiendo relevancia, como es el caso de la tuberculosis (Pseudomonas savastanoi) o la negrilla (Fumagina sp.) y otras que van adquiriendo mayor notoriedad (dentro de una importancia muy pequeña, solo localmente relevante), como ocurre con los síndromes asociados a Colletotrichum spp. o la lepra (Neofabraea vagabunda).