Con el comienzo del año, el sector agrario europeo ocupa titulares de prensa y espacio en los medios de máxima audiencia. Es un protagonismo que nunca hubieran deseado alcanzar los agricultores de Europa, o no al menos por los motivos que lo han provocado.

El vaso alcanzó el límite. La crisis que vive la agricultura actual es en realidad la suma de muchas pequeñas crisis. Una sequía que no parece tener fin, una excesiva burocracia a la que resulta cada día más complicado hacer frente, subida de precios, la falta de relevo generacional, tener que competir con los productores de terceros países bajo diferentes reglas del juego o asumir estrictas restricciones por motivos medioambientales difícilmente justificables, han sido entre otras, las razones que han llevado a los agricultores europeos a salir con sus tractores a la calle. Quieren que su voz se escuche y ser tenidos en cuenta cuando Europa decide legislar en aquello que ellos conocen de primera mano.

Y parece que Europa empieza a escucharlos. A finales de año, el Parlamento Europeo votaba en contra de la propuesta de Reglamento de Uso Sostenible de Productos Fitosanitarios que la Comisión Europea lanzaba en 2022. Sin duda se trata de una adecuada decisión ante las consecuencias que dicha iniciativa podía acarrear para la producción agraria europea. No dudamos que el objetivo final que la motivaba fuera positivo, y este debe seguir marcando la agenda europea en las próximas décadas. Pero también es cierto que debe hacerse con seriedad, tomando las necesarias decisiones con una previa valoración del impacto que pueden causar y por supuesto, escuchando a los agentes implicados. Debe favorecerse, además, un entorno adecuado que facilite el desarrollo de soluciones científicas y nuevas tecnologías que fomenten la productividad y sostenibilidad de la agricultura. En nuestra opinión, el gran fallo de esta propuesta se encontraba en el establecimiento de objetivos de reducción basados en criterios cuantitativos y una definición de zonas sensibles que hubieran comprometido gravemente la producción agrícola en Europa. Solo en España hubiera supuesto un impacto en la superficie utilizada de en torno a un 40%. Si por algo se caracteriza nuestra agricultura es por su variedad y complejidad, siempre dependiente de la climatología y los recursos naturales. Y esta diversidad debía ser tenida en cuenta.

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