Europa aboga por políticas que promueven un desarrollo sostenible en el ámbito agroalimentario. Para ello, establece objetivos concretos como alcanzar en 2030 una reducción de un 20% en el uso de fertilizantes inorgánicos y un aumento de un 25% en la superficie destinada a agricultura ecológica. En el área mediterránea se han identificado como importantes para estimular las funciones ecológicas las prácticas de labranza cero, la cobertura vegetal y la aplicación de enmiendas orgánicas al suelo. En particular, es bien sabido que la aplicación de fertilizantes orgánicos, tales como compost y estiércol, incrementa la materia orgánica en el suelo, representa una fuente de nutrientes para la producción agrícola y mejora las características agronómicas del mismo; se aumenta la capacidad de intercambio catiónico total, mejorando las propiedades físicas del suelo, tales como la porosidad, la estabilidad estructural y la capacidad de retención de agua.
También se debe tener en cuenta el valor de los servicios ecosistémicos prestados, especialmente en relación al aumento de carbono en el suelo y disminución de la erosión en zonas semiáridas europeas, como es el sureste español. La utilización de restos vegetales, provenientes de la actividad agroalimentaria, como los triturados de poda, así como de estiércoles y purines provenientes de la ganadería, considerados como residuos orgánicos y subproductos de la cadena alimentaria pueden contribuir a la sostenibilidad del sector agrario al reducir el uso de fertilizantes sintéticos ya que se reutilizan nutrientes que favorecen el funcionamiento de la agricultura como parte de un enfoque de economía circular.