Está fuera de toda duda que la intensificación de los cultivos que la moderna agricultura demanda es origen de un ambiente patogénico creciente, más allá de la propia biología de las especies patógenas, obligadas a vencer todas las barreras que, ayudados por la ciencia, les ponemos. Más aún, la creciente implantación de métodos de lucha integrada que, fundamentalmente, plantean la no erradicación de los individuos de la mayoría de las especies potencialmente vectores, incentiva la proliferación de cualquier patógeno, pero especialmente de los virus. Un ejemplo concreto de esto lo constituyen diversos virus transmitidos por pulgón, Potyvirus: ZYMV, WMV, PRSV y M-WMV. En muchos casos, varios de ellos están presentes en la misma planta (coinfecciones). Es ya un problema importante en nuestro entorno tanto en cultivos protegidos como al aire libre, como consecuencia del aumento de pulgón en campo por la reducción en el uso de fitosanitarios. Otros virus transmitidos por pulgón como CMV y CABYV también están empezando a aparecer en coinfecciones.

En las condiciones de cultivo actuales, tanto en invernadero como al aire libre, la resistencia genética, se hace fundamental como método de lucha contra dichos patógenos. En muchos casos, la forma de atacar el problema será mediante una resistencia vertical, cuantitativa, que impedirá la presencia del patógeno de manera absoluta, pero en otros, se preferirá atacar el problema desde un punto de vista más horizontal, buscando que la presencia del patógeno y su nivel de implantación sean compatibles con la obtención de un resultado económico razonable. El caso del oídio de las cucurbitáceas, Podosphaera xanthii, puede ilustrar este modelo. Nuestras variedades de melón tienen buen comportamiento frente a las infecciones de oídio, lo que permite reducir el número de tratamientos e incrementar la producción final. Nuevas razas virulentas siguen apareciendo, por lo que mantenemos un trabajo continuo de búsqueda de resistencias.

Lo ideal sería contar con una resistencia vertical acompañada de un abanico de resistencias horizontales lo más elevadas posible, de manera que podríamos solventar la posible pérdida de eficacia de alguno de los genes de resistencia. Pero esto, en la práctica, nunca se da. Lo más frecuente es que los patógenos tomen la delantera y vayamos los mejoradores por detrás, buscando cualquier alternativa para reducir el problema. El único factor a nuestro favor es que cada día somos más las empresas y los investigadores dedicados a esta labor y, como consecuencia, incrementamos las posibilidades de tener algún éxito que, rápidamente, aprovecharemos todos los demás y, finalmente, los agricultores.

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