Sanidad Vegetal y Medicina de los Vegetales -esta última también denominada Fitiatría y Fitomedicina, etc. por diversos autores- son términos disciplinares que han adquirido indudable relevancia durante los últimos años. Sin duda, la declaración de 2020 como Año Internacional de la Sanidad Vegetal por la Asamblea General de la Naciones Unidas (ONU), y la subsiguiente celebración del 12 de mayo como Día Internacional de la Sanidad Vegetal a propuesta de dicha organización, deben ser considerados hitos para propiciar la visibilidad e importancia de dicha disciplina -e indirectamente de la Medicina de los Vegetales- en la agricultura y la silvicultura. En este artículo pretendo abordar sucintamente la razón de ser, oportunidad de, y vinculación entre ambas disciplinas; para una información más extensa remito al lector a las obras de Jiménez Díaz y López Gonzalez (2019), y Jiménez Díaz y col. (2023).

La antedicha declaración de la ONU responde al reconocimiento de los importantes efectos negativos globales que tienen las enfermedades –causadas por agentes microbianos, agentes abióticos y fanerógamas parásitas-, las plagas de artrópodos fitófagos y las malas hierbas, sobre la seguridad y salubridad alimentarias, el bienestar de la población y la conservación de los recursos agrícolas y forestales –todavía escasamente percibidos por la sociedad-. El amplio marco de interacciones entre dichos agentes nocivos y las poblaciones de plantas –cultivadas o no-, y las condiciones medioambientales variables en que estas tienen lugar, confieren a la Sanidad Vegetal una complejidad que raramente le es reconocida. Evitar o limitar los mencionados efectos negativos es la razón de ser de la Sanidad Vegetal, mediante lo cual contribuye al reto de la agricultura y la silvicultura de incrementar la productividad al tiempo que mejoran su sostenibilidad y la resiliencia de los agroecosistemas, a fin de satisfacer una demanda creciente de alimentos, fibras y madera con una previsible reducción de la tasa de suelo cultivable per cápita y una reducción del aumento de los rendimientos unitarios conseguidos por la mejora genética vegetal (Bailey-Serres y col., 2019; Bremmer y col., 2021; Ray y col., 2013).

Estimaciones repetidas por autores diferentes, realizadas con distintas metodologías indican que las pérdidas ocasionadas por enfermedades, plagas y malas hierbas se han mantenido estancadas durante el periodo 1960-2017, a pesar de los avances en el conocimiento y las tecnologías para su control. A nivel global, dichas pérdidas alcanzaron un promedio anual del 32% al 38% de la cosecha alcanzable en un grupo de cultivos relevantes para la alimentación y la industria, no obstante la aplicación de varias medidas de control –a las que habría de sumarse la pérdida del 10% del producto cosechado durante la postcosecha-. En términos monetarios, el valor medio de dicha pérdida varió en torno al 42% del valor potencial del producto cosechado, que solo para las enfermedades (que comparten un promedio de 12,6% del porcentaje total de pérdidas) alcanza un valor cercano a 220.000 millones de USD (Oerke y col., 1994; Oerke y Dehne, 2004; Oerke, 2006; Savary y col., 2019).

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