La mayoría de los fenómenos parasitarios de las plantas sucedidos en España en el pasado están ignorados, aunque se conservan sus crónicas. Si se les reconociese su relevancia como generadores y modificadores de los problemas socioeconómicos nacionales, los profesionales dedicados a la Sanidad vegetal podrían participar del mismo prestigio social que tienen los que, con distintas especialidades, se dedican a la salud de los humanos o animales. Para conseguirlo sería necesario elaborar una Historia de la Sanidad vegetal española que recoja y sistematice los sucesos producidos más significativos, algunos de los cuales, como muestra de ellos, se recogen en este artículo.
El diccionario de la RAE define la voz prestigio como “la pública estima de alguien o algo, fruto de su mérito”. La antropología, por su parte, asegura que los humanos utilizamos los hechos meritorios de nuestros antepasados –la historia– convencidos de que, a partir de ellos, sea cual sea nuestro valor, somos estimados por los demás. Esa particularidad para valorar la calidad humana por los hechos del pasado la extendemos al ámbito de las cosas, y una parte importante del precio de lo que compramos cada día corresponde al prestigio de su marca –su buena historia–, aunque en el momento de su adquisición su calidad sea inferior a la que tuvo ayer.
La historia de los grupos humanos o la marca de las cosas son símbolos potentísimos que representan su calidad. El mundo anglosajón la utiliza continuamente para ameritar hechos, personas o instituciones de su cultura. Ellos conservan tradiciones, ritos y objetos de la antigüedad con la firme convicción de que así incrementan su prestigio. Las ceremonias protocolarias de la monarquía inglesa son un ejemplo de ello.
Los españoles, por una razón que la antropología no nos explica muy bien, solemos proceder justo, al contrario, y no solo ocultamos hechos positivos de nuestros antepasados, sino que, en muchas ocasiones, ridiculizamos o deformamos los que fueron gloriosos. En el caso concreto de nuestra contribución a la ciencia, durante mucho tiempo hemos proclamado que la aportación de España a ella era insignificante, criterio expresado por españoles tan distinguidos como Ramón y Cajal, Echegaray o Américo Castro, y que dio lugar a la denominada “polémica de la ciencia española”. Pero la revisión del concepto de lo que se considera ciencia y los valiosos descubrimientos realizados por los historiadores en los últimos años han desbaratado esas opiniones, concluyendo todo lo contrario. Si bien Newton (1643-1727) está considerado el padre de la misma, numerosos investigadores actuales, muchos de ellos extranjeros, afirman que la Casa de la Contratación en Sevilla y la Casa de Indias en Lisboa fueron las primeras instituciones científicas de Europa y, realmente en ellas, en la década de 1520, se puso en marcha la Revolución científica.