La entomología agrícola ha evolucionado en paralelo a la sociedad y a la ciencia en general en estos últimos 35 años, que han sido testigos de avances fundamentales en el modo en que se controlan las plagas. En estos años se ha pasado del control químico como herramienta fundamental y casi exclusiva para eliminar las poblaciones de plagas a mantener a los fitófagos en niveles no dañinos económicamente mediante métodos culturales, biológicos y biotécnicos. El control químico, ahora con productos toxicológicamente menos peligrosos, tiene aún un papel importante pero ya no preferente en la gestión de las plagas.
En este cambio de paradigma hacia lo que se denomina hoy Gestión Integrada de Plagas (GIP) ha habido razones técnicas, pero también sociales. Por una parte, los calendarios de tratamientos y el uso casi exclusivo de algunos insecticidas y acaricidas llevaron a la aparición de resistencias en algunas plagas muy importantes. Ejemplos bien conocidos son el desarrollo de resistencias severas en el trips Frankliniella occidentalis, la mosca blanca Bemisia tabaci y la araña roja Tetranychus urticae, por nombrar sólo tres casos. De este modo, plaguicidas antes muy efectivos se tornaron ineficaces para el control de plagas que son muy importantes tanto por sus daños directos como por ser vectores de virus. Por otro lado, la creciente preocupación social por la salud y el medioambiente llevó al establecimiento de una legislación muy restrictiva para el empleo de productos fitosanitarios en Europa. Así, se reorientó el desarrollo de nuevos plaguicidas, pasando de la preferencia anterior por productos persistentes y de amplio espectro a otros mucho menos tóxicos para el aplicador y el consumidor, más selectivos y respetuosos con la fauna auxiliar, y con un menor impacto medioambiental. Un ejemplo que ilustra este cambio de tendencia ya se dio en el cultivo de los cítricos a principios del presente siglo. Los insecticidas o acaricidas recomendados en GIP de cítricos debían ser respetuosos para la rica fauna útil que mantenía bajo control a la mayor parte de fitófagos de este cultivo. Sin embargo, este fenómeno no se dio en otros cultivos, donde el número limitado de nuevos insecticidas y acaricidas en el mercado como sustitutos de los que dejaban de ser efectivos provocaron una situación insostenible para el control de muchas plagas. Siguiendo con los cítricos como ejemplo, y a pesar de que la GIP en este cultivo se sustenta en la alta efectividad del control biológico por conservación, la aparición de plagas exóticas y el bajo número de materias activas disponibles ha enfatizado aún más la problemática respecto a la disponibilidad de plaguicidas eficaces. Además, la mayor concienciación sobre la importancia de consumir alimentos saludables ha llevado a mayores restricciones en los límites máximos de residuos de plaguicidas permitidos en los alimentos. A esta legislación sobre los límites máximos de residuos establecida por criterios científicos, también se ha añadido una limitación aún más extrema impuesta por las grandes cadenas de supermercados europeos y basada en criterios comerciales. En resumen, los problemas técnicos derivados de la disminución de la eficacia del control convencional mediante productos químicos de síntesis, motivada por la aparición de resistencias y un menor número de productos disponibles, junto con una mayor concienciación social por el impacto en la salud y el medioambiente de los plaguicidas, ha llevado al desarrollo científico, técnico y comercial de métodos de control más sostenibles, como el desarrollo de estrategias de control biológico y biotécnico.