Los bioplaguicidas son formulaciones insecticidas, fungicidas o herbicidas, cuya materia activa es un organismo vivo o molécula de origen natural, que adolecen de los efectos adversos sobre el medioambiente y los seres vivos asociados a los plaguicidas químicos. Los bioplaguicidas constituyen el segmento de mayor crecimiento dentro del mercado global de productos fitosanitarios, aunque apenas suponen un 6% del mismo. Sin embargo, factores tales como la complejidad creciente para el registro de los plaguicidas químicos, la limitada disponibilidad de medios alternativos a los mismos, así como la progresiva concienciación social sobre la inocuidad alimentaria y los aspectos regulatorios asociados, empiezan a ejercer una presión de selección importante para la progresiva incorporación de bioplaguicidas en las estrategias de control integrado de plagas. En la actualidad, los bioplaguicidas son complemento y alternativa a los plaguicidas químicos en producción integrada y ecológica respectivamente, e incluso podrían ser una alternativa global si, a través del I+D+i y de la acción política, se responde a las limitaciones y retos planteados acerca de su eficacia, estabilidad, producción y comercialización, así como la tan necesaria formación de las personas en toda la cadena de la producción agrícola y de las relacionadas con los aspectos regulatorios.
La FAO prevé que la población mundial crezca casi un 40% hasta 2050 para alcanzar los 9.100 millones, en un escenario incierto caracterizado por una reducción vertiginosa de la superficie cultivada per capita y donde apenas se alcanza el 50% de la necesaria mejora del rendimiento del 2.4% anual requerida para duplicar la producción de estos cultivos para el 2050 (Ray y col., 2013; Nishimoto, 2019). En este contexto, es crucial reducir las pérdidas de cosecha causadas por plagas, enfermedades y malas hierbas, que pueden superar el 30% de la producción potencial (Savary y col., 2019). Sin embargo, este objetivo presenta una complejidad creciente, consecuencia tanto del impacto de la globalización y el cambio climático sobre la incidencia de plagas, como de la obligatoria adopción de los criterios de la Agricultura Sostenible, mediante la implementación de estrategias modernas y avanzadas que no sólo satisfagan la demanda de la generación presente y futura, sino que restablezcan el potencial de productividad del sector agrícola (Savary y col., 2019). Por eso, existe un claro impulso de la legislación internacional para el progresivo reemplazo de los plaguicidas químicos por sustancias de origen natural, bioplaguicidas, a los que se les asume una mayor selectividad y seguridad que a los primeros. Sirva como ejemplo la propuesta que la Comisión Europea presentó en junio de 2022 con objetivos jurídicamente vinculantes para los Estados miembros de reducción del 50% del uso de plaguicidas químicos para 2030. Sin embargo, el camino entre el uso complementario de bioplaguicidas en estrategias de control integrado de plagas y su empleo alternativo a los plaguicidas químicos presenta numerosos obstáculos, que se sortean en la actualidad a buena velocidad (Deravel y col., 2014).