Los que nos dedicamos a estudiar las plagas sabemos que ellas, casi siempre, suelen sorprender a los agricultores, y es que, realmente, su desarrollo es lento y sigiloso. Este comportamiento, que es bastante común en los fenómenos naturales, también se produce en el ámbito social.
La mayoría de las obras de Historia que tratan sobre el desarrollo de la agricultura nos trasmiten la idea de que la Revolución Agrícola surgió de un día para otro o, en el mejor de los casos, en muy pocos años, pero el profesor Cubero afirma: “La Revolución Agrícola o Nueva Agricultura no fue nada que surgiera espontáneamente; tuvo una larga historia que se aceleró desde finales del siglo XVI, con un periodo de auténtica ebullición en el XVII”. Algo que también ocurrió con la Revolución Científica, iniciada cuando Magallanes y Elcano, en 1522, anunciaron que Eratóstenes tenía razón. Con su viaje confirmaron lo que ese loco griego había proclamado: “La tierra es redonda y su circunferencia mide 40.000 km”. –Ahora sabemos que se equivocó en 8 km– El anuncio de Eratóstenes, realizado hace más de 2.000 años, era fidedigno. Con el éxito de aquel viaje se comprobó, por primera vez, que hipótesis complejas sobre la naturaleza, elaboradas con la razón y poco más, podían ser ciertas. Ese hito debió agitar las conciencias de los sabios de entonces, que comenzaron a maquinar para elaborar leyes sobre los fenómenos naturales, y entre Leibniz y Newton cerraron ese periodo que conocemos como Revolución Científica, pero que de rápido no tuvo nada, porque duró nada menos que 150 años. Estos son ejemplos de que los fenómenos sociales, como los parasitarios, suelen desarrollarse lenta y sigilosamente.