Las plagas de insectos no figuran en los libros de Historia y cuando lo hacen suele ser de pasada, como si no tuvieran mucha importancia. Es cierto que el Exodo nos cuenta que la tercera y la octava plagas de Egipto fueron de piojos y langostas, pero como de eso hace unos 3.000 años y además ya casi nadie lee la Biblia, cuando alguien oye hablar de noticias sobre una plaga de insectos, automáticamente piensa que estarán referidas a pulgones de macetas, o algo así. Ahora, la utilización de la biología molecular está produciendo verdaderos milagros, y con su ayuda los paleoentomólogos acaban de descubrir que Carlos I, un héroe curtido en cientos de batallas, murió a consecuencia de una plaga de mosquitos que en 1558 afectaba a Yuste, un monasterio situado en la Vera (Extremadura) a donde el emperador se había retirado.
No hace mucho, la revista New England Journal of Medicine nos informaba que gracias al análisis del dedo meñique del emperador Carlos I se había descubierto que su muerte, en lugar de ser consecuencia de la exagerada artritis que padecía, se debió al paludismo provocado por la picadura de un mosquito, y es que una gran cantidad de enfermedades sufridas por los humanos han estado vehiculadas por insectos, entre los cuales, además de los mosquitos, están las moscas, especies de cuya presencia sabemos mucho los que por los años cincuenta vivíamos en ambientes rurales.