Espero que al recibo de la presente os encontréis bien como nosotros quedamos, por el momento. Parece una fantasía personificar una relación entre observador y observado, cuando el observado se considera no esté dotado de elementos para responder a las preguntas del observador. Elevar a la categoría de figura natural, o estrella del escenario, al protagonista de esta relación se nos antoja rendir homenaje a nuestro interlocutor. Los Odynerus no aparecen en las listas de las estrellas de los depredadores que figuran en los hit parade de los folletos o documentos comerciales, o en las primeras páginas de las revistas científicas, técnicas o de divulgación, o en las páginas de recomendaciones e informes de los servicios oficiales. No es frecuente encontrarlos en los listados faunísticos de insectos beneficioso. Y eso no nos extraña. Son silenciosos, pues no les gusta molestar; infatigables en sus actividades, e incansables en las tareas de construcción y aprovisionamiento de sus nidos, pues son sigilosos cumplidores. El medio natural y el agrícola los conoce bien y les reconoce y agradece su papel. Tampoco nosotros hemos estado a la altura de los merecimientos de estos insectos y hemos tardado demasiado tiempo en retomar los contactos y en expresarles nuestro agradecimiento. Valgan estas líneas como disculpa de la tardanza.
Andábamos en los almendrares tratando de estudiar los comportamientos de un posible polinizador para este cultivo. En aquellos momentos los cultivos de almendro necesitaban de polinizadores, ya que Varroa había mermado considerablemente los apiarios de Apis mellifera, habitualmente presentes en los campos en la floración. Ofrecíamos a Osmia cornuta nidales de varios materiales, tipos y tamaños agrupados en ‘estaciones’, con distintas protecciones, orientaciones, ubicaciones en el seno del cultivo y a distintas alturas. Pasábamos días enteros observando el comportamiento de hembras y machos de la abeja solitaria para mejorar el ofrecimiento y ajustarlo a sus costumbres y requerimientos, con el fin de utilizarlos para mejorar las producciones del almendro.
Una tarde de principios de marzo, vimos cómo una avispa de reducido tamaño (las llaman ‘avispas alfareras’) entraba y salía de las ‘pajuelas’ (así llamábamos a lo que habíamos incrustado en una madera perforada cubierta con cartón piedra en el perímetro, formando una caja que llamábamos nidal) ofrecidas a Osmia. Intrigados, capturamos uno cuando salía de la pajuela y, luego, lo identificamos como Odynerus. A partir de ese momento les prestamos más atención y pudimos comprobar que acarreaban barro y libaban en las flores de almendro como las Osmia, pero no transportaban polen, sino larvas de otros insectos. Elegían las pajuelas de menor diámetro y las taponaban con barro como las Osmia. Si las Osmia manejaban hábilmente las herramientas del albañil, los Odynerus eran la habilidad y enlucía con delicadeza el interior de la obra de barro, aunque los tapones eran parecidos a los de Osmia cornuta. A finales de marzo extrajimos una pajuela, la abrimos y encontramos los botines de orugas en las celdas y huevos y larvas del singular depredador.