La vía alimentaria supone una de las principales fuentes de exposición a contaminantes químicos para la población general. El residuo de fitosanitarios contenidos en los alimentos se encuentra bajo estricto control por parte de las autoridades nacionales y europeas que, además, tienen una apuesta decidida por la retirada del mercado de aquellos productos más peligrosos. Ejemplo de ello es la prohibición reciente de clorpirifós y mancozeb. No obstante, algunas cuestiones aún no han sido resueltas satisfactoriamente, como es la ausencia de consideración del efecto combinado de múltiples residuos o la especial susceptibilidad de los individuos en fase de crecimiento, que debería ser tenida en consideración de forma particular cuando se establecen los límites seguros y se planean políticas de prevención de la exposición. Las consecuencias de esa exposición pueden ser efectos sutiles sobre el desarrollo neuroconductual y sobre el equilibrio hormonal de la población expuesta.
Las prácticas agrícolas convencionales han supuesto durante años el empleo de productos químicos de síntesis para la protección de las plantas, situación que aún se mantiene a pesar de la intensa regulación a la que se ha visto sometido este sector productivo. La historia del uso de plaguicidas en nuestro país está bien documentada desde la mitad del siglo pasado cuando los plaguicidas organoclorados hicieron su aparición en las prácticas agrícolas. Las consecuencias de la exposición humana tanto de carácter laboral como de la población general han sido ampliamente estudiadas. Nuestro trabajo de reciente aparición (Echeverria y col., 2021) es una excelente lectura para ilustrar este problema crónico. Tras la prohibición de los fitosanitarios más tóxicos y más persistentes, se han pasado por diferentes generaciones de productos, aparentemente de menos toxicidad ambiental y con una notable menor persistencia. Curiosamente, este cambio en las características de los compuestos empleados no ha supuesto una disminución de la cantidad total de fitosanitarios empleados. Hoy día, España ocupa el primer lugar en el mercado europeo de los plaguicidas, con cerca de ochenta millones de kilogramos/año facturados, que se reparten entre insecticidas, herbicidas y fundamentalmente fungicidas, que representan cerca del 50% de lo consumido total en el país. Dentro del grupo de los insecticidas, los compuestos organofosforados (OPs), carbamatos y piretroides son los productos más utilizados. Entre los herbicidas destaca el glifosato, con cerca de 10 millones de kg vendidos en 2019 en nuestro país y con una tendencia creciente que no parece desvanecerse.