La sociedad y la agricultura del siglo XXI demanda cada vez más productos más sostenibles, ecológicos y que aporten un incremento de la productividad y la calidad, sin un incremento del coste para el consumidor. Para ello, el agricultor necesita soluciones ‘inteligentes’; es decir, soluciones que no solo demuestren que funcionan, sino también ‘por qué’ funcionan, para optimizar su aplicación y resultado final.
Este punto se hace más importante en el sector de los bioestimulantes, definidos como las sustancias o microorganismos que, al aplicarse a las plantas, son capaces de mejorar la eficacia de éstas en la absorción y asimilación de nutrientes, tolerancia a estrés biótico o abiótico o mejorar alguna de sus características agronómicas, independientemente del contenido en nutrientes de la sustancia. Existen dos razones fundamentales de esta mayor importancia en los bioestimulantes que en los fertilizantes tradicionales. En primer lugar, porque el impacto de un bioestimulante es más indirecto que en los fertilizantes, los bioestimulantes generalmente refuerzan a la planta metabólicamente, no un nutriente en concreto; es decir, es un efecto robusto pero pocas veces inmediato, sino en un medio plazo, por lo que a veces no es tan llamativo para el cliente final. Y, en segundo lugar, por la avalancha de ‘productos milagro’ o snake oil que reclaman ser bioestimulantes cuando como mucho son levemente ‘reverdecedores’, y muchas veces ni siquiera son beneficiosos.
Para conocer por qué funciona un bioestimulante es fundamental conocer la fisiología de la planta y entender la compleja red biológica de procesos que ocurren dentro de una planta. En las últimas dos décadas se ha dado un salto importantísimo en este aspecto, se han desarrollado tecnologías que nos permiten conocer qué está ocurriendo dentro de la planta, de una manera impensable hace pocos años. Este conjunto de tecnologías se les llaman las ‘ómicas’ (omics en inglés). Las ómicas son varias disciplinas de la biología cuyos nombres terminan en el sufijo -ómica, como genómica, proteómica, metabolómica, metagenómica y transcriptómica. Las ómicas tienen como objetivo la caracterización y cuantificación colectiva a gran escala de grupos de moléculas biológicas que se traducen en la estructura, función y dinámica de un organismo u organismos. En nuestro caso nos ayudan a entender lo que les ocurre a las plantas una vez aplicamos un bioestimulante determinado.