El fitopatólogo Juan de Benito comparte sus conocimientos sobre enfermedades de las plantas con los de Historia del Arte, y con ellos y su curiosidad ha descubierto que una gran cantidad de pinturas famosas contienen, entre los motivos representados, insectos disimulados, evidencia de que aparte del valor cabalístico que ello podría tener, los insectos siempre han estado entre nosotros, unas veces facilitándonos la existencia y, otras muchas, formando plagas. Realmente, la evolución de la vida sobre el planeta no habría sido posible, o al menos no de la forma como la conocemos, sin la existencia de las abejas, de cuya polinización se calcula que se benefician casi 200.000 especies vegetales. De igual manera, muchas de las grandes aventuras y descubrimientos a lo largo de la Historia han estado basadas en el interés de los magnates por poseer en exclusividad determinados vestidos, prendas que eran confeccionadas con la seda producida por el Bombyx mori y teñidas con los colorantes extraídos de las cochinillas Kermes vermilio, primero, y Dactylopius coccus después, especie esta con tanta importancia que, entre los siglos XVII al XIX, el valor de su exportación desde México tan solo fue superado por el del oro.
Otras muchas especies entomológicas forman parte de la historia de nuestra civilización, si no con tanta importancia económica como las anteriores, sí por diversas utilidades, como los triturados del coleóptero Lytta vesicatoria, polvos que aplicados sobre el pene provocan una erección que suele durar entre cuatro y seis horas –priapismo–, probable característica por la que algunos filólogos argumentan que en España la expresión “echar un polvo” es sinónimo del fornicio.
Pero para la mayoría de las personas, los insectos están asociados al recuerdo de experiencias molestas o incluso peligrosas. Para los que por los años cincuenta éramos unos niños, el anuncio de la primavera lo traían, más que las flores, las moscas, visitantes inesperados que interrumpían nuestros quehaceres obligándonos a continuos manotazos para evitarlas, aunque mucho más fastidiosos que las moscas, y no solo durante los meses cálidos, eran los brotes de piojos que aparecían inesperadamente en las escuelas.