La FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación) ha sido durante décadas un referente sobre la situación del problema del hambre en el mundo. El número de personas razonablemente alimentadas venía alcanzando cifras cada vez más altas a nivel global, con avances llenos de esperanza para esta recalcitrante lacra, pero en 2017 la FAO amplió a diecisiete el número de indicadores para el desarrollo sostenible, probablemente diluyendo esfuerzos hacia objetivos menos prioritarios. Así, en la revisión sobre agricultura publicada por FAO en septiembre de 2020, se ha encontrado que media docena de indicadores parecen haber descarrilado, encabezados por la meta de hambre cero, que se mantiene para 2030.


El retraso en la meta de hambre cero ha sido cuantificado en 690 millones de personas hambrientas (8,9%) en 2019, que en el futuro podrían sufrir más alteraciones derivadas de la pandemia covid-19. Otro problema puede ser la heterogeneidad de los datos comparados, pues muy pocos países los tienen tan disponibles como España. Como ejemplos, FAO reconoce que aún no es posible estimar el porcentaje de desperdicio alimentario en los detallistas o durante el consumo y que los desperdicios totales estimados del 13,8% tan solo contemplan las proporciones de alimentos cosechados y perdidos en las fases de transporte, almacenamiento y procesado. En otras palabras, no se considera el desperdicio en la fase de cultivo, dificultando los análisis comparativos para una mayor eficiencia productiva.

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