Pocas semanas después de las pasadas Fiestas Navideñas, la televisión nos sorprendió con la noticia de que en la ciudad china de Wuhan las autoridades pretendían construir dos hospitales en solo dos días con el fin de controlar un nuevo virus. Con un período de latencia de hasta catorce días, el nuevo virus COVID-19 se ha extendido por Italia, EE UU y más de cien países de los cinco continentes, por lo que ha sido declarado como pandemia –infección simultánea en diferentes países- por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Tres meses después de su notoriedad, se ha constatado la infección a primeros de abril en más de 100.000 españoles, de los cuales han fallecido más de 10.000 personas, a modo de un goteo que tarda demasiado en remitir y que está obligando a costosas acciones de contención. El Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades ha declarado que, si bien la fuente de la infección inicial en China fue algún animal, el virus se está propagando ahora entre las personas, especialmente al inhalar las gotitas presentes en el aire cuando una persona tose, estornuda o exhala.
Los efectos de este virus son más agresivos entre personas mayores, y los planes de contención y confinamiento -dependiendo de cada país- pueden ser tan dramáticos que para España pueden provocar una recesión de consecuencias impredecibles.