2020 es el año de la Sanidad Vegetal. Desde los albores de la agricultura, la sanidad de los cultivos ha sido una cuestión muy importante para los agricultores.  Algunas plagas bíblicas tenían su vinculación con la sanidad de los cultivos: la langosta, que aún sigue causando estragos en algunos países del África, u otros como la cizaña, que sirvieron a Jesús para su parábola de la cizaña y el trigo.

A lo largo de la historia, enfermedades como el mildiu han causado estragos en cultivos como la patata, llevándonos a enormes hambrunas e incluso a procesos migratorios. Un claro ejemplo de ello son los irlandeses que migraron a Nueva York, ante la carestía causada por esta enfermedad entre 1845 y 1848, que les dejó sin el alimento esencial para una parte importante de la población.

En la segunda mitad del siglo XIX, oídio, mildiu y filoxera causaron daños importantísimos en el cultivo del vino, provocando cambios significativos en las áreas de cultivo e incluso creando un fuerte incremento del comercio internacional.

En nuestro país también hemos vivimos los efectos de estas plagas, hasta el punto de que, en 1854, el Gobierno dotó en concurso público con un premio de 25.000 duros de entonces (toda una fortuna) a quien encontrara el método de control del oídio de la vid.

La protección de los cultivos frente a las plagas y enfermedades ha sido una gran preocupación para los agricultores.  Durante mucho tiempo, no dispusieron de métodos realmente eficaces para su control. La rotación y alternativa de cultivos, junto con métodos manuales, eran sus únicas herramientas. El descubrimiento de los efectos del azufre y del cobre a partir de la segunda mitad del S. XIX abrió la puerta a los tratamientos para prevenir enfermedades de las plantas.

Sin embargo, será en el S. XX, y especialmente con el desarrollo de productos para la protección de cultivos como organoclorados y organofosforados, cuando se dará el salto cualitativo que modifique los métodos de control, ya que estos productos se mostraban eficaces ante insectos y ácaros. Al mismo tiempo comenzaron a desarrollarse fungicidas de síntesis que demostraban su eficacia para el control de enfermedades.  Esto fue una revolución, que también tuvo consecuencias negativas dado su potencial contaminante de aguas y su acción sobre organismos diferentes a aquellos que se pretendía controlar, además de generar desequilibrios en los hábitats.

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