Hasta el siglo XIX las actividades orientadas a curar humanos y plantas iban bastante parejas, aunque con ligera ventaja de estas últimas –Prevost descubrió la etiología microbiana de las enfermedades de las plantas en 1808, mientras que Koch lo hizo en enfermedades de humanos en 1882; Millardet descubrió el primer formulado (caldo bordelés) contra una enfermedad de las plantas en 1882, y Ehrlich lo hizo con el salvarsán respecto a una enfermedad de humanos (sífilis) en 1901–. Pero a partir del siglo XX, el avance de la medicina fue espectacular. Su progreso científico ha sido vertiginoso y su aplicación mediante la sanidad humana ha permitido a la humanidad alargar la vida y mantenerla con un buen estado de salud.
La medicina animal o veterinaria ha seguido un camino parecido, pero el itinerario de la tecnociencia relativa a la salud de las plantas ha sido ondulante y pedregoso. Los recursos empleados en investigación por parte de los organismos públicos y los estudios académicos orientados a la formación de facultativos en este tema habría que valorarlos como escasísimos si se comparan con los empleados en la medicina humana y animal, las empresas comerciales más importantes con interés en ella han sido insignificantes ramificaciones derivadas de las dedicadas a la salud de personas o animales. En la actualidad, las actividades relativas a la salud de las plantas se equiparan a las del sector primario con el que se relacionan, por lo cual los profesionales dedicados a ella carecen de las recompensas económicas o del prestigio social que reciben los médicos y veterinarios, razón por la cual muchos de los facultativos dedicados a la salud de las plantas solo están estimulados por un ánimo heroico o misionero.