La agricultura implica el cultivo de plantas que se han ido seleccionando para adaptarlas a las necesidades humanas, habitualmente muy sensibles a las plagas. Su control en los países de la UE se realiza mediante estrategias de Gestión Integrada de Plagas, donde se priorizan las medidas de prevención y los métodos de Control Biológico y Tecnológico, complementados, cuando es necesario, con uso de productos fitosanitarios.
A pesar de la seguridad con la que se registran y controlan los productos fitosanitarios en Europa, estos generan una gran desconfianza en la población que se traslada a los mercados y clase política. Excesivas limitaciones en la disponibilidad de productos fitosanitarios, junto a restricciones adicionales a las condiciones de uso registradas, están favoreciendo problemas de resistencias y dejando plagas sin soluciones viables, lo que pone en riesgo la sostenibilidad y seguridad de nuestros sistemas de producción.
A diferencia de los ecosistemas naturales, complejos y en los que subsisten los mejor adaptados, la agricultura implica ecosistemas simples, en los que se cultivan plantas que se han ido seleccionando y modificando por el hombre para adaptarlas a sus propias necesidades. Con esta domesticación se ha ido ganando capacidad productiva y mejoras organolépticas, pero como contrapartida se han ido perdiendo otras características, como astringencia, amargor o toxicidad, que les proporcionaban defensa frente a sus enemigos naturales, lo que las hace especialmente sensibles a las plagas.
Contra ellas, los productos fitosanitarios no son algo nuevo que empezaron a utilizarse hace unas pocas décadas con los clorados, como algunas personas creen. Con la agricultura, cuyos inicios se remontan unos 10.000 años, comienzan los problemas de plagas y, paralelamente, la búsqueda de soluciones para combatirlas. Azufre, cenizas, cicuta o arsénico se encuentran entre los primeros productos referenciados en la antigüedad para el control de plagas. Posteriormente se van incorporando otros como la rotenona, nicotina, pelitre, cobres, aceites, polvo de mercurio o p–diclorobenceno, productos que en su mayoría están prohibidos en la actualidad por los riesgos que entraña su uso.