Las nuevas tecnologías han venido habitualmente acompañadas de sendas revoluciones conceptuales derivadas del progreso en la generación de conocimiento científico básico. La determinación de la estructura de la molécula del ADN permitió, entre otros muchos avances tecnológicos, el desarrollo e implementación de la tecnología del ADN recombinante. Además, la demostración de la complementariedad de sus bases nitrogenadas dio lugar a una serie de técnicas esenciales en biología molecular en general y en el fitodiagnóstico en particular, tales como la detección de patógenos basada en la hibridación molecular. Más recientemente, el descubrimiento y aplicación de la técnica CRISPR-Cas (siglas inglesas de repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas) ha tenido un impacto decisivo en el campo del fitodiagnóstico y en el del control de enfermedades en plantas y animales estando sus potencialidades todavía con mucho margen por explotar. En esta pequeña revisión describimos las contribuciones de la hibridación molecular a la detección polivalente de virus que afectan al tomate y la aplicación de la tecnología CRISPR-Cas al control de estos importantes patógenos.
Los virus de las plantas son los agentes causales de enfermedades en cultivos de importancia económica que pueden llegar a provocar pérdidas de hasta 50.000 millones de euros anuales en todo el mundo. Este escenario puede agravarse debido esencialmente a los efectos que el cambio climático está teniendo sobre los vectores de estos patógenos y sus correspondientes huéspedes.
El tomate (Solanum lycopersicum) es uno de los cultivos de hortícolas más importantes, representando el 72% del valor de las hortalizas frescas producidas en todo el mundo. El número de virus y viroides que infectan los cultivos de tomate es de 141, lo que representa uno de los huéspedes más susceptibles, detrás del pepino (Cucumis sativus), con 153 patógenos virales (Brunt y col., 1996). Los cultivos de tomate infectados con estas especies de virus/viroides, solos o en combinación, pueden mostrar una variedad de patrones de desorden fuertes y severos, como síntomas necróticos en hojas y frutos, reducción en el rendimiento del fruto, maduración irregular del fruto y, en algunos casos, colapso del crecimiento de las plantas. Además, el hecho de que parte de estos patógenos sean transmitidos por semillas o insectos contribuye a su rápida propagación.