Las modas son esas actitudes humanas que como una inmensa ola se acerca, nos envuelve y al poco tiempo se aleja. La mayoría solo se registran en los anales de curiosidades, pero hay otras que vienen para quedarse, y ahora vivimos la moda de tener un animal de compañía, mascota que sirve de sumidero de agravios, confidente de secretos, camarada de alegrías… aunque, como servidumbre, hay que cuidar su alimentación, aseo, actividad, salud, vestido y, últimamente, hasta su estética. Ochocientos millones de mascotas dice Martín Caparrós que hay ahora en el mundo, en cuya atención gastamos más de 100.000 millones de euros al año.
Esta es una moda probablemente derivada de la importancia que los grupos ecologistas dan a los animales, novedad que, sin entrar en más consideraciones que las puramente económicas, hay que reconocer su extraordinario valor al haber inducido una gran cantidad de actividades de interés económico: producción y selección de razas, clínicas veterinarias, guarderías, tiendas de géneros para animales, revistas especializadas, certámenes, así como profesionales especializados en las respectivas tareas. Un favor debido a los ecologistas en un tiempo en que la mecanización y la inteligencia artificial aparecen como enemigos del empleo.
Pero en el ámbito de la agricultura, la opinión sobre los ecologistas no es precisamente encomiástica. Desde los años setenta, estos vienen propugnando la idea de que con unas ‘buenas prácticas’ agrícolas y la utilización insignificante de fitosanitarios se pueden conseguir cosechas sanas y abundantes, ideas que han calado en la opinión pública, cuya presión sobre las autoridades de Bruselas ha inducido una política excesivamente restrictiva en lo que respecta a la aplicación de plaguicidas de síntesis industrial, lo que, a su vez, ha producido un estancamiento de las investigaciones dirigidas a la obtención de nuevas materias activas. El resultado final ha sido una drástica disminución de fitosanitarios autorizados en los programas terapéuticos de sanidad vegetal, situación que puede tener consecuencias catastróficas a la vista de los fenómenos parasitarios que diversos organismos nacionales e internacionales han vaticinado sobre diversos cultivos de la Unión Europea (UE).