Cuando vamos al supermercado observamos que todo el mundo elige unas frutas bien formadas, sin manchas, brillantes y –por supuesto– baratas. Al mismo tiempo, nadie quiere ni oír hablar de fitosanitarios, porque nos envenenan. Como alternativa a esta exigencia de los consumidores, la UE propone la utilización de parasitoides, depredadores y entomopatógenos contra las plagas del campo –control biológico–, procedimientos que están presentes en la agricultura española desde su nacimiento, en la noche de los tiempos, y cuando en el siglo XVIII esos procedimientos adquirieron el carácter de científicos, los españoles también estuvieron entre los pioneros.
Adentrarse en la historia de la Sanidad vegetal española y rebuscar entre las técnicas de control biológico es tan placentero como cuando, de niños, descubríamos un baúl escondido y lleno de juguetes viejos.
En el siglo I, para defender los granos de los gorgojos, Columela recomendaba impregnarlos con aceite. Y en el siglo VII de nuestra era el Rey visigodo Chindasvinto legisló para la provincia Cartaginense (Levante y el Sudeste peninsular) un cambio de las vacaciones judiciales, adelantándolas un mes con respecto al resto del reino, debido a que la siega de los cereales se debería anticipar para que la cosecha estuviese recogida antes de que se produjesen los vuelos migratorios de las plagas de langosta.