En ‘El origen de las especies’, Darwin ya sugería que los factores ‘hereditarios’ se transmitían de generación en generación. La influencia de Darwin fue muy importante y contribuyó a que los científicos se centraran en buscar el lugar de la célula donde se escondía esa información hereditaria. No fue hasta 1910, cuando los análisis microscópicos revelaron que la información que se buscaba estaba contenida en los cromosomas.
Cuando los científicos consiguieron por fin aislar el núcleo y diseccionar los cromosomas, descubrieron que sorprendentemente el material hereditario estaba escondido únicamente en dos tipos de moléculas: las proteínas y el ADN. En 1944 se logró demostrar que a través del ADN se transmitían los caracteres y, desde ese momento, la molécula de ADN se convirtió lógicamente en el centro de todas las investigaciones.
Algunos años más tarde, Watson y Crick llegaron más lejos y desentrañaron por fin la estructura del ADN. Comprobaron que estaban compuestas por cuatro compuestos químicos llamados ‘bases’ (adenina, timina, citosina y guanina o A, T, C y G). Este descubrimiento permitió llegar a comprender que la secuencia de las ‘bases’ del ADN podía subdividirse en segmentos (genes) que proporcionaban el molde para producir proteínas específicas. Además, como cada una de las dos cadenas de ADN tenía la capacidad para realizar una copia exacta y complementaria de sí misma, se pensó que el ADN lo controlaba todo. De esta manera daba comienzo la Era del Determinismo Genético.