La utilización de las feromonas en el control de plagas ha requerido el desarrollo de técnicas analíticas muy sensibles para su detección e identificación, debido a que se trata de sustancias que se encuentran en la naturaleza en muy pequeñas cantidades. El primer paso para el aislamiento de una feromona es comprobar que existe respuesta a determinada señal química, mediante un ensayo biológico en el que se evalúe un comportamiento, que puede ser de seguimiento de pista, agregación, alarma o estimulo sexual. Una vez identificado, se procede al aislamiento de la sustancia, por medio de una extracción con disolvente del insecto completo, de glándulas extirpadas del ovipositor; o una toma de muestras de los volátiles emitidos por el insecto en un momento determinado.
La técnica de electroantenografía (EAG) permite detectar si los compuestos aislados provocan una respuesta en la antena del insecto, pero ha de ir seguida por ensayos biológicos de comportamiento (en túnel de viento, olfatómetro…) para estudiar la respuesta específica de aquellos compuestos que hayan resultado biológicamente activos.
Localizadas las sustancias activas, el esfuerzo en este momento se dirige hacia la elucidación estructural del compuesto. Para ello se dispone de diferentes técnicas de análisis estructural: la espectrometría de masas, acoplada a cromatografía de gases (EM-CG) o líquida (EM-HPLC), espectroscopia de infrarrojo, espectroscopia de ultravioleta-visible y la resonancia magnética nuclear (RMN). En algunos casos las técnicas físicas de determinación de estructuras pueden ser complementadas con algunas técnicas químicas, especialmente reacciones de derivatización o degradación.
La aplicación de feromonas en el control de plagas se dirige a la detección y seguimiento de poblaciones y a métodos directos de control. Estos últimos se basan, principalmente, en dos modos de acción: la atracción hacia trampas y la confusión sexual.