La sostenibilidad es un concepto de máxima actualidad, siendo aplicable a todos los ámbitos de nuestra actividad cotidiana. Se habla de ciudades sostenibles, de transporte sostenible, de agricultura sostenible… Para llegar a la sostenibilidad se puede avanzar por dos caminos muy diferentes: a través de la ecología y/o a través de la tecnología. En este artículo nos vamos a centrar únicamente en este segundo camino. Dentro de este contexto, y en el ámbito específico del control de las malas hierbas, el concepto predominante es la llamada ‘gestión localizada’. Esto significa, simplemente, utilizar la tecnología para ajustarse lo más posible a las condiciones variables presentes en cada parcela.
La gestión localizada de malas hierbas no es nada nuevo. Se ha practicado desde el comienzo de la agricultura. En ausencia de tecnologías más avanzadas, una persona escardando un campo realizaba tres procesos secuenciales: detección (utilizando como sensores sus ojos), toma de decisiones (utilizando su cerebro), y actuación (utilizando sus manos o con la ayuda de un escardillo). La tecnología actual permite realizar estos tres procesos de una forma mucho más rápida y eficiente. Para la detección disponemos de una variedad de sensores que se pueden colocar en plataformas móviles (tractores, drones, etc) o en la propia barra del pulverizador. La toma de decisiones la lleva a cabo un ordenador que puede ir situado en la cabina del tractor. Y la actuación la pueden realizar sistemas de control que abren y cierran automáticamente sectores de la barra de tratamientos.
Afortunadamente, disponemos de un rico arsenal de tecnologías maduras para realizar todas estas operaciones: sistemas de geoposicionamiento y de información geográfica, sensores y cámaras para captar la información, diversos tipos de plataformas aéreas y terrestres para llevar esos sensores, herramientas específicas para gestionar la información obtenida y maquinaria inteligente para llevar a cabo las operaciones de control, bien sea de forma química o mecánica.