Existen aun incógnitas en lo referente a los efectos del cambio climático sobre la protección de cultivos, pero las evidencias existentes apuntan tanto a una mayor incidencia de plagas como a una creciente complejidad para su control. A este respecto, debemos tener en cuenta que estamos ante un proceso gradual que fuerza a las autoridades responsables y a los agricultores a tomar las oportunas medidas de adaptación, ajustadas a los criterios de sostenibilidad emanantes de la normativa europea y española, entre los que destaca el control microbiano de plagas. Sin embargo, el éxito con estos productos, en particular los desarrollados a base de hongos entomopatógenos, depende en gran medida de la competencia ambiental de las cepas utilizadas como materia activa. El presente trabajo aborda las bases para una acertada elección ajustada a la premisa competencial, así como las estrategias para fomentarla, a fin de satisfacer las expectativas de biocontrol de forma real, en el controvertido contexto de cambio climático.
Las plagas de insectos y ácaros, que causan la pérdida del 10-16% de la cosecha mundial, no dejan de incrementar su importancia agrícola y forestal como consecuencia de varios factores, en especial la globalización, con continuas noticias sobre nuevas especies invasoras que azotan áreas donde nunca estuvieron presentes, así como por el cambio climático.
Los insectos son organismos ectotérmicos en los que la regulación del desarrollo está gobernada por la temperatura ambiental, por lo que el efecto directo del cambio climático sobre los mismos se ha asociado principalmente a la elevación de temperatura, aunque también pueden tener una repercusión importante factores como cambios en el régimen de precipitaciones y la concentración de CO2 atmosférico, así como el impacto causado por el aumento de la radiación ultravioleta B (UV-B) por la erosión de la capa de ozono, sin descartar efectos indirectos relacionados con la interacción del fitófago con la planta y con sus enemigos naturales. Las paradas ecológicas, en especial la diapausa, desempeñan un papel fundamental en la sincronización estacional del ciclo de los insectos, por lo que el impacto sobre los mismos del cambio climático dependerá del tipo de adaptación al hábitat y del ciclo vital, y puede tener efectos contrapuestos, con una expansión del área de distribución para especies sin diapausa o aquéllas con diapausa no gobernada por bajas temperaturas, como revela el estudio realizado a partir de más de seiscientos registros de ácaros, pulgones, distintos coleópteros, dípteros y lepidópteros con un desplazamiento medio de 2,7 kilómetros por año hacia los polos, lo que supone 130-140 kilómetros en los últimos cincuenta años, o una contracción del área de distribución en especies cuya diapausa está inducida por baja temperatura.