El cambio climático global es una de las principales preocupaciones para la sostenibilidad futura de nuestro desarrollo dado su potencial impacto en numerosos sectores socioeconómicos de la actividad humana. Se prevé grandes alteraciones en los ecosistemas globales, con una reducción entre el 10% y el 20% de la producción mundial en los ecosistemas agrícolas. La reducción de la producción no será uniforme espacialmente, existirá una notable variación (Newton y col., 2007); por ejemplo a nivel europeo, el norte de Europa podría extraer beneficios por el aumento de temperaturas, mientras que países del sur, como España, podrían sufrir un gran perjuicio por la intensificación de periodos secos más largos y más severos. También se espera que el clima se haga más variable que en la actualidad, lo que desembocará en fluctuaciones en los rendimientos de los cultivos.
El incremento de la temperatura, las variaciones en las precipitaciones y el incremento de la concentración de CO2 en la atmósfera asociados al cambio climático afectarán especialmente a la flora arvense y a su interacción con el cultivo. Su manifestación será en la forma de alteraciones en el ciclo vital, en la dinámica de poblaciones, la competencia con los cultivos y en la distribución geográfica.
Como consecuencia de la alteración del medio ambiente, las especie necesitan moverse a áreas más favorables para su crecimiento. Ello conlleva cambios en las poblaciones y comunidades arvenses con importantes implicaciones en el manejo de las mismas. En este sentido, se ha constatado en Europa un desplazamiento hacia el norte de especies termófilas como Amaranthus retroflexus y Abutilon theophrasti. Una forma habitual de predecir el potencial desplazamiento de las especies es mediante el desarrollo de modelos bioclimáticos y su simulación bajo diferentes escenarios climáticos. Esto modelos han permitido establecer zonas potenciales de posible desplazamiento de las malas hierbas, como es el caso de A. theophrasti en Estados Unidos.