Un magnífico libro escrito por el profesor Campillo –‘La cadera de Eva’– este nos explica, con el rigor y la amenidad que le caracteriza, el papel fundamental de la mujer en la evolución del género humano: en los albores de nuestra civilización, cuando el hombre, obligado por la necesidad de cazar para procurarse alimento, abandonaba a su familia durante largas temporadas, su prole quedaba al cuidado de la esposa. Si suponemos que las parejas de entonces tendrían numerosos hijos con edades de entre meses hasta diez años, podemos suponer cuales serían los terribles sacrificios de aquellas primeras madres de familia aunque, afortunadamente, aquellas madres no estaban solas.
En la Naturaleza, el ciclo de vida de los mamíferos está orientado a reproducirse, y cuando las hembras llegan al climaterio y pierden su capacidad reproductora, se mueren; pero las hembras del género humano, las abuelas –¡Dios sabrá por qué!– son capaces de sobrevivir muchos años a ese momento fisiológico. Y, precisamente, esa característica permitió a aquellas madres de familia primitivas, agobiadas por su prole, disponer de una ayuda excelente para conseguir la supervivencia familiar y, consecuentemente, para evolucionar; pero si importante fue la ayuda de la abuela en las tareas domésticas cotidianas (cocinar, limpiar, defender o entretener a la prole...), mucho más lo fue su papel en la transmisión de la cultura de aquel momento.