Es bien sabido que la disponibilidad de muchos de los nutrientes que se encuentran en el suelo afecta al rendimiento de los cultivos (Ye y col., 2011). Esta disponibilidad depende de las características del suelo, especialmente de su pH (Shenker y Chen, 2005; Wang y col., 2006). La fertilización y, sobre todo, la adición de enmiendas acidificantes son prácticas comunes en suelos de elevado pH para mejorar la disponibilidad de nutrientes de las plantas y mejorar el rendimiento de las mismas. El azufre elemental tiene especial interés ya que posee una característica acidificante de liberación lenta (Chien y col., 2011). Su acción se origina con la oxidación microbiana a ácido sulfúrico con el tiempo (Vidyalakshmi y col., 2009). El azufre elemental se usa comúnmente como fertilizante, si bien, previo a ser oxidado a sulfato para que la planta pueda asimilarlo. Constituye un nutriente esencial para el crecimiento de las plantas y es requerido en cantidades similares al fósforo (Dhanapriya y Maheswari, 2015). Una característica importante a resaltar de él es que no se lixivia al ser insoluble en agua; por lo que los fertilizantes que lo contengan tienen el potencial de reducir las pérdidas de lixiviación de sulfatos, puesto que es transformado poco a poco en el ion sulfato, gracias a las tiobacterias presentes en el suelo (Müller y Krebs, 2016).
Los suelos en la actualidad presentan niveles muy bajos en azufre debido principalmente al uso indiscriminado de fertilizantes ricos en los elementos principales N, P y K y pobres en azufre. Usar azufre como enmienda para suelos alcalinos y/o salinos resulta en una buena práctica agronómica asegurando unos beneficios que van más allá que una simple mejora del pH o de conductividad. El azufre mejora la síntesis de aminoácidos y sulfo-proteínas, formando parte de aminoácidos esenciales en la construcción de proteínas, como la cisteína y metionina (Jez). Además, está implicado en la producción de clorofila y favorece la síntesis de aromas y aceites esenciales en los vegetales. También mejora el uso de nitrógeno y neutraliza las sales alcalinas, perjudiciales para el crecimiento de las plantas ya que disminuyen la permeabilidad del agua. Todas estas ventajas hacen que mejore la estructura del suelo (Schnug, 1998) de forma que diferentes sales puedan ser arrastradas por el agua; y finalmente, disuelve las sales cálcicas y de minerales existentes en el suelo, convirtiéndolo en más poroso y propicio para el crecimiento de las plantas.