Mi sobrina Sheyla, que está "al loro" de todo y que lee cuantas revistas se publican sobre Naturaleza, me ha pedido un insecticida porque tiene unas "mosquillas" en su jardín que se comen las flores; pero como tiene espíritu ecologista, dice que el principio activo del plaguicida debe ser un entomopatógeno, porque con los pesticidas de síntesis los insectos mueren como si estuvieran tetanizados y sufren mucho ?lo ha leído en "Investigación y ciencia"?.
A las ciencias, como a tantas cosas de la actividad humana, también les afecta eso de las modas. La física fue la disciplina científica preferida por los occidentales en el siglo XVIII, y de su mano la civilización comenzó la etapa industrial. La química, muy adecuada para el mercadileo de productos manufacturados, le hizo el relevo a la anterior, y gracias a ella se desarrolló poderosamente la medicina humana y también la vegetal. A comienzos del siglo XX, la química comenzó a ser cuestionada ?el incremento de enfermos de cáncer ha sido relacionado muy estrechamente con el uso de sustancias sintetizadas industrialmente (conservantes, colorantes, antibióticos, plaguicidas )?, y las sociedades más avanzadas de Occidente empezaron a recelar de la química. La biología, y dentro de ella la ecología, es la disciplina científica preferida por el hombre del siglo XXI para buscar soluciones a sus problemas, y entre otros el de encontrar terapéuticos para controlar las plagas de insectos.
Una de las preguntas que se hacen todos los historiadores es: ¿cuál era el pozo del cual sacaban los egipcios sus conocimientos? Por ejemplo, ¿cómo pudieron determinar que el propóleo que elaboran las abejas, y que existe en las colmenas, era una sustancia que preservaba a las momias de la descomposición?
Hoy sabemos que para defenderse de sus patógenos, los vegetales segregan y se recubren de unos derivados fenólicos. Estas sustancias son recogidas por las abejas y con ellas tapizan el interior de la colmena, consiguiendo así que ese lugar, donde se dan unas condiciones excelentes para el desarrollo microbiano, permanezca prácticamente "aséptico". Pero, en cambio, no tiene el propóleo poder insecticida, y ésa es una de las causas de que el lepidóptero Galleria mellonela se desarrolle dentro de la colmena parasitando abejas.
Este insecto, parásito de las abejas, lleva viviendo dentro de las colmenas miles de años, y precisamente por vivir en un ambiente aséptico no ha desarrollado inmunidad frente a microorganismos perjudiciales, por lo cual, cuando una larva de Galleria mellonela contacta con un patógeno de insectos "entomopatógeno", la larva se pone enferma y muere, característica que hace que estas orugas se utilicen como trampas biológicas para detectar y aislar patógenos de insectos en el suelo.
Cuesta mucho trabajo analizar las respuestas fisiológicas de los insectos a determinados estímulos utilizando los principios empleados para estudiar los fenómenos humanos, y yo no se muy bien si las "mosquillas" del jardín de mi sobrina Sheyla sufrirán más si las matamos con un piretroide que si lo hacemos mediante un entomopatógeno.
Actualmente, existen colectivos humanos empeñados en transformar la ecología en una religión, haciendo que sus principios o leyes, falsables y discutibles como los de cualquier otra disciplina científica, se estén convirtiendo en mitos idealizados, merced a los cuales surge un antropomorfismo que confiere dignidad humana a los seres vivos que nos rodean. El naturalista Théodore Monod publicó no hace mucho un libro bellísimo donde se exalta la preservación de todos los seres de la naturaleza, y entre los ejemplos que se pueden leer hay uno en donde se aconseja que si aparece un avispero cerca de nosotros, lo correcto será utilizar un procedimiento para que las avispas se distraigan.
¿Será la literatura infantil la última moda de la ciencia, y tendrán los labradores que contarle cuentos a los pulgones para que abandonen los frutales y se conformen con las adventicias de los ribazos?