Hace cincuenta años que se crearon las dos escuelas de agronomía de nuestra ciudad y los que hemos tenido la oportunidad de seguir sus trayectorias durante medio siglo, con sus dificultades y resultados, sus fracasos y éxitos, sus grandezas y miserias, sus contradicciones, costes y beneficios, no podemos más que sentirnos contentos y orgullosos por una profesión que tanto ha aportado a la Comunidad Valenciana, al resto de España y del mundo en sus diferentes etapas y que tanta satisfacción produce a los profesionales con verdadera vocación.
Efectivamente, desde las primeras etapas en Burjassot, la creación de las Escuelas de Ingeniería Agronómica, primero dependiendo de la de Madrid y luego ya autónomas, supuso un fuerte revulsivo para la sociedad valenciana que veía ampliadas las posibilidades de sus universitarios en el campo de la Ingeniería y en el campo de la Agricultura que tanto peso tenia en la riqueza y las exportaciones de España de aquella época.
Tiempos difíciles para los pioneros promotores del proyecto e ilusionantes para los primeros alumnos que seguíamos con avidez las enseñanzas de una primera generación de grandes maestros y que dieron lugar magníficos profesionales, bocanada de aire fresco con la agricultura mediterránea frente a la versión mesetaria mas convencional, de la misma manera que la versión blanca Sorolla-Blasco se contrapuso en su momento a la versión negra de la generación del 98 en el ámbito de la cultura.
El traslado desde la antigua Estación Naranjera hasta las Escuelas en el Paseo Blasco Ibáñez (anteriormente Paseo Al Mar) ubicadas en el antiguo campo de deportes universitario supuso consolidación y nuevos retos.
Consolidación por contar con instalaciones propias y especificas en lo material, consolidación por la integración en el sistema universitario nacional con el plan 64 y, también, consolidación por participación de los estudiantes en la eclosión predemocrática con las carreras delante de los grises en compañía de los vecinos de Medicina, Ciencias, Derecho y Filosofía y una segunda generación de grandes maestros agrónomos cuya relación seria necesariamente incompleta.
Y un reto principal: erigirse en la piedra angular y núcleo fundamental del proyecto de Universidad Politécnica de Valencia (anteriormente Instituto Politécnico Superior), a su implantación y desarrollo, fundamentalmente en temas relacionados con la investigación, el desarrollo tecnológico y el contacto con la realidad.
Desde un enfoque territorial, la tercera y última fase será el traslado al campus de Vera en dos etapas y que será completado próximamente con la reunión física e institucional de las dos Escuelas. En esta nueva etapa, también nueva generación de grandes maestros agrónomos procedentes ya de la propia cantera, algunos primeras figuras en sus materias y escasamente reconocidos porque nadie es profeta en su tierra (En valenciano: quant més lluny més milagros) y porque la agricultura no esta de moda. Por supuesto, con un peso especifico importante en el prestigio alcanzado por la Universidad Politécnica de Valencia en los últimos años de siglo XX y primes años del Siglo XXI.
Alguien ha dicho que las revoluciones terminan por devorar a sus propios héroes y no cabe duda que el esfuerzo de nuestras escuelas en la consolidación de la nueva universidad ha supuesto un coste importante y generoso, lo que unido a una fuerte disminución del peso de la agricultura convencional, a los cambios generados por la globalización y las nuevas tecnologías, la aparición de nuevas profesiones o la integración de otros estudios próximos (Montes) puede generar un escenario relativamente incierto del presente y futuro de nuestra profesión y, por tanto, de nuestras escuelas.
En este sentido, cabe reconocer el esfuerzo de los equipos directivos de ambas escuelas para la fusión que con la integración ya consolidada del área forestal pueden configurar un centro innovación y formación en ingeniería rural con capacidad de actuación en el territorio calificado como tal según la nueva e importante Ley del Suelo (TRL 2/2008) que representa mas del 90 % de todo el territorio nacional.
En un plano más general, debemos recurrir a la reivindicación o elogio del Ingeniero Agrónomo en su doble vertiente: de Ingeniero y de Agrónomo o del medio rural.
En nuestra modesta opinión, ha habido y sigue existiendo una influencia negativa de la cultura de los licenciados, tanto en ciencias como en humanidades, sobre los estudios universitarios con fines profesionales en un intento de integración perverso. Así, por ejemplo, se dice licenciado en Derecho, Medicina o Economía en vez de abogado, medico o economista hasta se puede ver al licenciado en ingeniería, obviamente, una contradicción en términos. Efectivamente, en el ámbito de las licenciaturas el conocimiento especializado es un fin en si mismo, mientras en las ingenierías el conocimiento, generalmente multidisciplinar, es un medio para resolver problemas y mejorar la sociedad con otros elementos (sentido común, cuantificación, proyección, etc.) y, al contrario, de lo que ocurre en Ética, solo el fin justifica los medios.
El ingeniero del siglo XXI, se configura, así, como un centro de toma de decisiones en un contexto global, cambiante y arriesgado para lo cual cuenta con una información e instrumentos de cálculo propios de su especialidad tecnológica.
Y esa especialidad tecnológica en nuestro caso debe ser el medio rural en el cual se desarrolla la actividad agraria y forestal desde el enfoque convencional hasta el mas sofisticado en las nuevas técnicas, como bien de producción y como bien de consumo, pero que, además, se desarrollan nuevas actividades impensables hace tan solo unos años (energía, medio ambiente, actividades deportivas, turismo rural, sostenibilidad, paisajismo, etc. ) que suponen un reto para una posible evolución de nuestros estudios y profesiones.
Como ya se ha indicado, el TRLS 2/2008 divide el territorio, a los efectos de su ordenación, en suelo urbano (menos del 10%) y suelo rural (el resto) y, dada la naturaleza de una Ley tan importante, esta normativa va a marcar la actividad económica del país en los próximos años y, por ello, el concepto de rural, tan desprestigiado en ciertos medios, adquiere especial relevancia y puede ser objeto de deseo para muchos advenedizos.
No existe en el panorama universitario español ningún titulación académica más amplia que las nuestras y ello como consecuencia de tener la pretensión de abarcar la totalidad de la problemática agraria, forestal y rural. Con el paso del tiempo y progresivo desarrollo de las especialidades, esta característica ha constituido un flanco de debilidad del que se han aprovechado, por una parte, los del saber por el saber y, por otra, los que han tenido menos escrúpulos en las especialidades. La actual generación del conocimiento y su rápida circulación a través de la red permite una opción cuya idea matriz sea la correspondiente a un profesional cuyo fin sea la resolución de problemas y la creación de riqueza en el medio rural, de tal modo que en esta estrategia finalista, el fin justifique los medios.
Un elogio del Agrónomo no puede finalizar sin una referencia explicita al privilegio de contacto con la naturaleza en un enfoque integral. Algunos desgraciados no la pueden disfrutar en absoluto, engullidos por la polución y la vorágine urbanicola, otros solo la disfrutan unos pequeños ratitos, otros, en cambio, se acercan profundamente solo en un aspecto muy reducido. El profesional de la Agronomía la percibe en toda su plenitud e interactúa para su mejora de un conjunto equilibrado y sostenible que va desde la Biología hasta la Economía y el paisajismo y algunos muy privilegiados lo hacen con toda su ética, estética y erótica.
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