Es otoño, y las campiñas de España estrenan el año agrícola llenándose de tractores y sembradoras.
Una de las labores más bellas de las que se realizan en el campo es la siembra ?¡qué placer recordar los poemas hechos sobre ella por Juan Ramón, Muñoz Rojas, Burgos Giraldo??. Yo tenía un profesor en la escuela de Ingeniería Agrícola de Sevilla, que hasta nos enseñaba a marcar el ritmo que el labrador debe llevar entre el paso y el puñado de trigo cuando siembra ?"Perfectamente sincopado" decía. En esta mañana, al contemplar el campo tan bullicioso, no puedo evitar el recuerdo de aquel entrañable profesor que, más que tecnología agrícola, parecía dar clases de liturgia para los sacramentos del campo.
Un tractor con la sembradora va trazando surcos rectos, impecables. Y detrás de la máquina, inmensas bandadas de pájaros se aproximan a los granos de trigo que, por algún fallo, quedan en el suelo sin cubrir. Al fondo del paisaje, una poderosa fortaleza de la orden de Santiago nos contempla ?¿Cuántas cosas habrá visto este castillo desde que fue construido en el siglo XIII? ?me pregunto. Dentro de sus paredes se vivieron historias fascinantes de enfermedades de plantas y de hombres.
A este lugar venían personas de todas partes a curarse del "Mal del infierno". Una enfermedad que provocaba terribles quemazones a los que la sufrían, y que enla mayoría de los casos terminaban por morir. Pero los que llegaban a este castillo,y se acogían a la caridad de los hermanos caballeros, se curaban.
Seis siglos después, la ciencia pudo desentrañar aquel misterio. En aquella época, la mayoría de la gente se alimentaba de pan de centeno, y a este cereal le afectaba un patógeno, el hongo Claviceps purpureum, que en primaveras muy lluviosas desarrolla la enfermedad conocida como "Cornezuelo". Cuando los granos de centeno contaminados por el microorganismo se muelen para hacer harina, y se fabrica con ella pan, este alimento produce en quien lo come el Mal del infierno ?hoy se conoce como ergotismo?, enfermedad fisiológica debida al ácido lisérgico que contiene el estroma fúngico. Pero los monjes caballeros no sufrían la enfermedad porque ellos cultivaban trigo, en lugar de centeno, para poder consagrar el pan de la eucaristía. Y los enfermos que se acogían a la caridad de los monjes, y se alimentaban con su comida, terminaban por curar ?otra historia más, verdadera y bellísima, donde se comprueba que al hombre siempre lo salva el amor?.
La ciencia considera a Pasteur como el gran descubridor de la relación entre las enfermedades y los microorganismos. Y si consultamos a médicos, biólogos, veterinarios? sobre ese fenómeno, casi todos nos asegurarán que, efectivamente, fue Louis Pasteur, en 1860, el que demostró, de manera científica, la relación entre patógeno y enfermedad. Pero eso no es exactamente así, porque fue Prevost quien, más de cincuenta años antes, en 1807, determinó que la causa de la enfermedad del trigo conocida como Carbón o Tizón, estaba causada por un microorganismo, el hongo Tilletia caries.
Esto es una prueba más de la contribución de la Sanidad Vegetal al progreso de la humanidad, aunque, desgraciadamente, es también una prueba de la insignificante consideración que la historia oficial de la ciencia tiene por la sanidad de las plantas, probablemente porque, por diversas razones, el cuerpo de conocimientos científicos y tecnológicos que la integran no están armónicamente estructurados en una medicina como ocurre con la de los hombres o los animales.
Desde hace unos años, uno de los insectos que parasitan el trigo (Calamobius filum) forma plagas importantes ?más del 30% de espigas tiradas al suelo? en sembrados de las Campiñas del Guadalquivir y Guadiana. En este momento, y sin que se pueda muy bien explicar, los políticos europeos no permiten utilizar ningún terapéutico contra la plaga, fenómeno que difícilmente ocurriría si el empleo de fitosanitarios fuese decidido en función de protocolos científicos y por profesionales de la "Medicina de los vegetales", en lugar de por políticos que, muchas veces, actúan influidos por criterios de oportunidad electoral.
¿Llegará un día en que no podamos controlar las plagas de los cultivos, y tengamos que volver, como los enfermos del Mal del infierno, a la caridad de los monjes, para quitarnos el hambre?
Comprar Revista Phytoma 214 - DICIEMBRE 2009