Los "pisardi" (Prunus pisardii) del bulevar por el que paseo cada tarde, me sorprenden todas las primaveras mostrándome sus flores, de igual manera que nos sorprende contemplar las piernas de una chica a la que una ráfaga de viento, repentinamente, ha levantado su falda. Y esa contemplación, sin saber muy bien por qué, me emociona y me lleva a pensamientos sobre la belleza. Luego, tarde tras tarde, voy comprobando que estos ciruelos, hasta casi la llegada del invierno, en que pierden sus hojas, además de bonitos siempre están sanos.
También por este tiempo, al salir al campo, se ven recién brotadas las plantaciones regulares de ciruelos, melocotoneros? y, en Extremadura, los cerezos del Valle del Jerte. Pasear ahora por entre las filas de frutales en flor debe ser muy parecido a aquellos primeros paseos por el Edén que leemos en el Génesis; pero si repetimos esos paseos dentro de un par de meses, será ineludible encontrarse con árboles parasitados por Myzus persicae, Panonychus ulmi, Quadraspidiotus perniciosus, o con síntomas de enfermedades tales como Taphrina deformans, Wilsonomyces carpophylus, Monilinia laxa?; todo ello consecuencia de la pureza varietal, la homogeneidad de las poblaciones, la fertilidad y el riego, la cercanía de los individuos en la plantación?; en una palabra, la domesticación de las plantas. Ese fenómeno, la aparición de plagas y enfermedades ligadas a la domesticación, también se produce en los animales y el hombre.
La historia nos describe con bastante precisión las epidemias más catastróficas de la humanidad: la Peste Negra (1348), trasmitida por pulgas que son vehiculadas, a su vez, por ratas; la viruela, que desde el siglo XV fue y vino varias veces de Europa a América, y diezmó países enteros, llegando a extinguir a la Casa Real Inglesa de los Estuardo; el tifus, trasmitido por piojos?
Estas epidemias se relacionan, además de con los agentes patógenos que las producen, con la concentración humana, concentraciones que se generalizan a partir del Medioevo, donde los hombres vivían principalmente en burgos protegidos por murallas de los enemigos externos, sin saber que, de esa manera, se favorecía la incubación de otros enemigos mucho más peligrosos. Algunos siglos después, los habitantes de esos burgos ?la burguesía? consigue imponerse a sus señores, y establecen el Régimen Liberal (1789); se produce una explosión demográfica, un aumento muy significativo de las concentraciones humanas y, consecuentemente, una terrible pandemia de cólera (1817).
En la actualidad, para conseguir la salud de los animales y del hombre, los organismos internacionales de sanidad establecen una complicada red tecnológica basada en sólidos conocimientos científicos. En el caso de los vegetales, esa red tecnológica "casi" no existe, y a la vista de la legislación que regula su desarrollo, podríamos sospechar que para mantener la salud de las plantas, los políticos pretenden que desandemos el camino de la domesticación, y regresemos a aquel tiempo en que la principal causa de muertes de la humanidad no eran las enfermedades sino, mucho peor, el hambre.
La belleza de los "pisardi" me lleva, invariablemente a Friné, aquella bellísima mujer griega, amante y modelo de Praxíteles, y a la cual se acusaba de impiedad. Hipérides, el mejor abogado de entonces, al ver que no podía doblegar la severidad de los jueces, dejó caer la túnica que cubría el cuerpo de la hetaira y la mostró, desnuda, al tribunal.
?¿Es posible que la iniquidad o la enfermedad puedan estar entre tanta belleza? ?preguntó Hipérides.
Friné fue absuelta.
En los "pisardi" que yo contemplo cada tarde, también parecen ir juntas la belleza y la salud. ¿Será cierto que los políticos han decidido sustituir la genética y la terapéutica por la estética, para procurar la salud de las plantas e impedir el hambre en el mundo, o eso será, simplemente, una nueva aventura de Harry Potter?
Comprar Revista Phytoma 208 - ABRIL 2009