En realidad, la civilización en la que estamos no es otra cosa que la herencia de la cultura de la gente del campo, una cultura que comenzó hace más de once milenios. Cuando un hombre tomó por primera vez un puñado de semillas y las sembró, se puso la primera piedra de un alfar del cual, hasta hace muy poco ?en algunos países todavía? ha ido saliendo lo que somos, lo que tenemos e incluso lo que deseamos ser. Por ello, cuando los hombres de hoy queremos huronear por nuestros orígenes, no tenemos más remedio que volver a ese alfar donde están nuestras raíces, y contemplar cómo eran y cómo vivían aquella gente del campo cuya alma está escondida en el fondo de la nuestra, y que de vez en cuando, aunque nosotros pensamos que está muerta, nos aflora en un montón de atavismos.
Nos contaba no hace mucho el profesor Rowly-Conwy, que en un yacimiento arqueológico situado junto al Éufrates (Siria) se encontraron, en el perfil correspondiente a una antigüedad de 11.500 años, restos humanos junto a semillas de más de 157 especies diferentes, mientras que en el perfil de los 11.000 años sólo había semillas correspondientes a cebada, centeno, garbanzos, lentejas y trigo. Esa parece ser la primera página de la historia de la agricultura: el hombre se convirtió en agricultor hace 11.000 años. En España, ese fenómeno se produjo bastante después, hacia el 5.500 a. C.; pero aunque al principio hubo un retraso, posteriormente, a partir de los romanos, la agricultura española se convirtió en un modelo que imitar, y muchos de los mejores libros de agricultura son de autores españoles. En el siglo primero, Moderato Columela escribió el primer tratado de agricultura que se conoce (De Re Rustica).
Más adelante, entre los siglos XII y XIII, cuando la agricultura de Andalucía era un referente para los países civilizados de entonces, Abu Zacharía Yahia, "El Sevillano", elaboró, sobre este tema, la que se considera mejor obra de esa época. En el Renacimiento (1513), Alonso de Herrera escribió su Agricultura General, y Claudio Boutelou, formado en Francia e Inglaterra, editó a principios del siglo XIX numerosos tratados de agricultura, marcados con el espíritu de la Ilustración.
Estas obras, que abarcan un periodo de unos mil ochocientos años, contienen, además de complicadas técnicas descritas de un modo bellísimo, una información muy valiosa sobre la gente del campo.
El agricultor que aparece en el tratado de Columela encaja perfectamente dentro del arquetipo de hombre romano -práctico, ingeniero-; un hombre que ha empezado a comprobar la extraordinaria posibilidad -empírica- de la física, la economía? para resolver los problemas cotidianos. En el libro primero escribe este autor: Tenemos que hablar de las diferentes cualidades de alma o de cuerpo que creemos ser necesarias en los hombres que se destinan a cada especie de trabajo (?). Para manijeros conviene echar mano de hombres aplicados y muy frugales (?). Al gañán, aunque le son precisas las cualidades del alma, no le son suficientes, si lo lleno de su voz y lo alto de su cuerpo no lo hacen temible al ganado? Dedicaremos pues a gañanes, como he dicho, los de más cuerpo, no sólo por las razones que acabo de referir, sino porque en el cultivo, con ningún trabajo se fatiga menos el hombre muy alto que con el de arar, pues mientras lo hace, se apoya sobre la esteva casi sin doblar el cuerpo.
Alonso de Herrera escribe su Agricultura General en 1513, en pleno Renacimiento.
Es un tratado donde se ve la influencia de Columela, y en el cual se exalta la vida campestre al constatar los beneficios que esta actividad comporta para el cuerpo y el alma: Y los que ejercitan el campo comen de buena gana, todo les sabe bien, y casi nunca les hace mal. El campo en conclusión nos da todas las cosas necesarias, y no podemos vivir sin él (?). Esta santa manera de vivir es la más antigua de quantas artes ay, y a esta fe dieron muchos santos varones, Reyes, y Patriarcas. Aparecen en el libro numerosos pasajes que pueden considerarse embriones de lo que mucho después serán conocimientos del ámbito de la etología y de la ecología, redactados con tal ritmo y belleza que pare ce como si el interés de su autor, al componerlos, hubiese sido sólo el literario: Quando el hollín de las chimeneas cae mucho, y de presto, es señal de tiempo húmedo y lluvioso, y aun duradero, y estas son reglas de experiencia, y aun de razón. Y cuando la ceniza se aprieta en el fuego que parece algo mojada, muestra agua (?). Si quando llueve andan unas borbollitas sobre el agua, quando las aves se espulgan es señal de agua, y las golondrinas buelan tan junto al agua, que casi la tocan con las alas. Quando los cuervos y cornejas graznan mucho de papo, que parece que se tragan la voz, y se baten las alas, muestran agua. Quando las campanas suenan muy más claro que otras veces, es señal de agua o tempestades.
En muchos de los libros escritos durante la Ilustración se recrea al labrador, de la mano de las ciencias, señoreando ya el campo: con ayuda del microscopio ha descubierto estructuras morfológicas ocultas; con la mecánica de Newton, transformada en tecnología, puede construir complicados artefactos?
Los escritos de Boutelou, publicados alrededor de 1800, están llenos de referencias a la tecnificación de la agricultura, y ella es descrita como el ambiente ideal para el desarrollo del hombre: Esta es la principal base de la civilización del género humano, y ciertamente merece nombrarse santa, porque reúne las familias y suaviza la fiereza natural del hombre silvestre, abandonado a su capricho y al impulso de sus pasiones (...). Séase dicho también en honor de la misma agricultura, que la clase de labradores siempre se ha distinguido en todas las naciones cultas por su sinceridad, sencillez y virtudes, y que la honradez se halla como radicada en sus corazones.
El estado de labrador virtuoso y feliz que describen los tratados antiguos de agricultura, al menos hasta la Ilustración, no pudo ser adquirido por medio de un canon escrito, porque el agricultor no conocía la gramática; pero, en cambio, sí recibía de la naturaleza un canon de sabiduría que es mostrado a cualquier hombre de manera espontánea, sin necesidad de gramática y cuya escuela más próxima es la agricultura. En ella se encuentran muchas de las claves del arquetipo espiritual del hombre rural; así, de la cooperación necesaria entre las numerosas especies que la integran surge el sentido de tolerancia; la dureza de la intemperie es motivadora del temple; la frecuente escasez de cosechas induce la sobriedad; el cuidado de plantas y animales es el origen del sentimiento ecológico..., aunque por la misma razón, también exalta la agricultura algunos de los defectos del alma, y ya en la Biblia podemos encontrar pasajes bellísimos con las ruindades de la gente del campo, como fondo.
En el siglo XVIII, en el ámbito de lo que nosotros conocemos como Occidente, se produjo un cambio extraordinario: la Ilustración, de la mano del racionalismo, la máquina de vapor y, sobre todo, con la Enciclopedia, anunció a la humanidad el progreso material y el perfeccionamiento infinitos. Ya en el siglo XIX, la industria recibió el testigo en la carrera de la historia ? La Revolución Industrial se produce en 1848? y la parte más desarrollada de Occidente entró en la etapa del bienestar. Desde ese momento, la actividad agraria dejó de ser la locomotora de la civilización, y a final del siglo XX, cuando en una zona determinada, esa actividad era protagonista destacada en la economía, ello indicaba, paradójicamente, que allí predominaba el subdesarrollo.
Pero la agricultura es bastante más que una simple actividad productiva. Jesús Burgos, en el libro Voces del Campo, hace una síntesis bellísima de ello: El campo ha sido una inmensa escuela en la que el hombre aprendía a labrar eriales, a obtener los frutos de la tierra y a hermanarse con la naturaleza, de tal forma que hombres, plantas, animales, aire, tierra, agua y paisaje componían un cuadro, sencillo y hermoso, que no parecía tener fin.
Actualmente, en la Europa rica, donde se incluye España, está desapareciendo la agricultura. Aquella estampa, tan frecuente en la plaza del pueblo, en la que aparecían los labradores bien aseados y con ropa limpia, al volver de sus faenas, ha desaparecido.
Esos hombres y sus familias hace mucho tiempo que se marcharon a la ciudad a trabajar en la industria o la construcción. Sus hijos sólo conocen la vida del campo por referencias, y los pocos labradores que no se fueron, hoy ya son viejos.
Es el resultado, después de más de veinte años, de la política agraria de la UE. La historia nos enseña que los cambios de ciclo de la civilización se producen sin que la mayoría de los hombres que viven en esos momentos sean conscientes de ello, y en estos momentos existen opiniones muy fundadas de que estamos asistiendo a un cambio importante en la historia de la civilización.
Está fuera de duda que el mundo atraviesa ahora una grave crisis económica ?¿Provocará esta crisis la transformación del sistema capitalista, como indujo la caída del Muro de Berlín la desaparición del comunismo?? Difícil es responder a esa pregunta, pero existen más que evidencias de un cambio de tendencia desde el materialismo a la espiritualidad; prueba de ello es el éxito alcanzado por la economista americana Patricia Aburdene con su "best seller": Megatendencias 2010.
El surgimiento del capitalismo consciente. Esta autora afirma: La búsqueda de espiritualidad está modificando las actividades humanas, los valores, el ocio y, por tanto, los patrones de gastos de cada vez más consumidores. Unos 16,5 millones de estadounidenses practicaron yoga en 2005, lo que representó un aumento del 43% con respecto a 2002?Además, en los últimos cinco años, la venta de libros espirituales o de autoayuda ha sobrepasado a todas las demás categorías, alcanzando en 2005 los 2.240 millones de dólares? Incorporar la espiritualidad en la manera de desarrollar los negocios es precisamente lo que va a resolver la crisis ideológica que padece ahora mismo el sistema. ?La espiritualidad va a transformar el capitalismo en los próximos 20 años.
En el mismo sentido, no hace mucho, Carlos Fuentes afirmaba: vamos hacia una nueva era de la civilización que aún no sabemos nombrar, pero que va a superar el neoliberalismo y el populismo.
Si realmente una parte importante de la población decidiese orientar su vida por la espiritualidad en lugar de por el materialismo, es indudable que ello produciría un cambio extraordinario en las modas y en los modos de nuestra cultura occidental y, ciertamente, el mejor ambiente en el que se puede desarrollar la espiritualidad es en el mundo rural.
No hace mucho, los hijos de emigrantes del campo a la ciudad evitaban contar a sus amigos la profesión de sus padres o sus abuelos. A partir de ahora, es muy probable que los nietos de emigrantes extremeños o andaluces le cuenten, orgullosos, a sus amigos: mi abuelo me ha dicho que, cuando estaba en el campo, él solo manejaba, con una mula y un mastín, más de mil ovejas?
Dice Laín Entralgo que los españoles somos un pueblo que, muchas veces, estamos de vuelta sin haber ido. ¿Serán los hombres del campo que no emigraron a la ciudad en el siglo XX los que sean admirados por la sociedad, ávida de espiritualidad, en el XXI?
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