Escribe don Víctor Moreno Márquez ?padre de la ecología agraria en España?: «La Serena es una comarca de Extremadura donde predominan los paisajes lunares, las pizarras cámbricas y los focos gregarígenos de langosta». Con la intención de encontrar esos focos, pretendo llegar a la penillanura de Puebla de Alcocer por la carretera que los lugareños llaman de "Piedraescrita", y es asombroso comprobar que las pizarras, con jeroglíficos de líquenes adornando sus caras, más que una formación rocosa parecen bosquecillos de menhires,ofrenda de la tierra al Sol del que un día fue desgajada. Me contaba unatarde un pastor viejo de estos lugares que, hace ya mucho tiempo solía venir poraquí un famoso poeta americano, y que se le veía acercarse a las pizarras ypegar a ellas las orejas, porque de esa forma ?aseguraba el pastor? oía versosque luego escribía en libros.
Yo no sé si eso es cierto, pero lo que sí puedo asegurar es que al contemplar este paisaje, a mí se me eriza el vello y noto como si se aligerase el peso de mi cuerpo. Ese es el ambiente en el que viven y se desarrollan las terribles plagas de langostas, y éstas, al bajarme del coche y pisar el campo, me rodean con infinitos saltos y crepitaciones que yo no acierto a entender si son manifestaciones de bienvenida o de rechazo.
En esta inmensa penillanura todo es pardo, todo es suelo o está ligado a él; el único vegetal que destaca por su altura es el cardo Mariano, en cuyos estambres florales, los ganaderos extremeños descubrieron que había un poder mágico con el que se cuajaba la leche de sus ovejas y se obtenía un queso ?de La Serena? que hoy es considerado una joya de la gastronomía internacional.
Aquí, los insectos son tan abundantes que parece como si me acompañaran a todas partes donde voy, y en cada uno de los cardos que contemplo ?extraño fenómeno- hay encaramada una langosta que parece que estuviese contemplando el horizonte.
Dice mi amigo Javier Jiménez ?doctor en enfermedades de insectos? que cuando las langostas se sienten enfermas por algún patógeno, se suben a lo más alto que pueden, y allí, acumulando el calor del sol, van subiendo la temperatura de su cuerpo hasta alcanzar un valor que ellas resisten, pero que es letal para el patógeno, y con el que consiguen vencer la infección; mecanismo sutilísimo que recuerda el que desarrolla un mamífero con la fiebre.
Uno de los ensayos más originales que he leído en mi vida es el publicado por don Salvador de Madariaga con el título: Retrato de un hombre de pie.
Lentamente, con la parsimonia y precisión de un calígrafo japonés, don Salvador va exponiendo su teoría: el hombre, al ponerse de pie, no sólo provoca el cambio morfológico de muchos órganos de su cuerpo (manos, rostro, cintura escapular?), sino que pierde de vista el culo de los animales de la manada a la que pertenece y divisa el horizonte, con lo cual ve lo que sucede, o escudriña lo que hay, a lo lejos, se anticipa a los hechos y va transformando su comportamiento gregario en otro individual: crea la cultura, adquiere una dimensión espiritual y, sobre su cerebro primitivo, aparece la corteza cerebral y "fabrica" inteligencia.
Ahora, al ver a las langostas subidas en todo lo alto de los cardos Marianos no puedo evitar preguntarme: ¿estarán estas langostas defendiéndose de sus enfermedades, como me contaba mi amigo Javier, o descubriendo el horizonte, como dice don Salvador que le ocurrió al hombre?
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