La calidad del fruto
Bajo un punto de vista comercial, la calidad puede definirse como el conjunto de características que reúne un producto y que le permiten satisfacer unos criterios estándar previamente estipulados por el consumidor. Sin embargo, este concepto varía según el producto y significa cosas distintas para gente diferente.
Pero en los frutos existen algunas características que pueden ser objetivamente consideradas como determinantes de la calidad y aceptadas con carácter general (ORIHUEL, 1991; ARPAIA, 1994). En el caso de los frutos cítricos, el consumo en fresco representa una parte importante de su comercio mundial, particularmente en Europa, EE UU y Japón, y en esos países la calidad aplicada al fruto en fresco adquiere extraordinaria importancia porque éste se consume individualmente y porque el nivel económico del consumidor es muy elevado y es exigente en la calidad intrínseca del producto. De acuerdo con estos aspectos, la calidad de un fruto cítrico incluye tanto sus características internas como externas.
Las primeras se refieren, sobre todo, a sus cualidades organolépticas; las segundas a los aspectos cosméticos, particularmente su apariencia externa, y bajo este punto de vista los desórdenes fisiológicos representan importantes pérdidas.
Son diversas las causas responsables de las alteraciones fisiológicas, siendo las más importantes las relacionadas con factores climáticos (temperatura, HR, viento, lluvia), intercambios gaseosos, tipos de suelo, localización del campo (latitud y altitud) y la polución atmosférica (ARPAIA, 1994; AGUSTÍ, 1999).
Otras, como salinidad, sequía, luminosidad, etc., son consecuencia de las anteriores.
Este tipo de desórdenes afectan principalmente al desarrollo de la corteza y se han relacionado, frecuentemente, con las relaciones hídricas del fruto con la atmósfera y con el propio árbol (AGUSTÍ et al., 2004b), así como con cambios en la absorción y pérdida de agua. Los relacionados con la absorción de agua se encuentran bajo control hormonal, pero aquellos cuya causa es la pérdida de agua son de difícil control; los que son consecuencia de la pérdida de agua por reclamo del propio árbol o hacia la atmósfera, al mismo tiempo, pueden ser prevenidos hormonalmente.
Agustí et al. (2004a) y Agustí y Zaragoza (2000) revisaron profundamente las principales alteraciones fisiológicas de los frutos cítricos y su control. Un resumen de estos trabajos se presenta a continuación.
Rajado del fruto
El rajado de los frutos o splitting consiste en el agrietamiento de la corteza que se produce en los frutos cuando están en el árbol, generalmente antes de llegar a su maduración. En España es frecuente observarlo en las variedades de naranja ?W. Navel?, ?Navelina?, ?Navelate? y en variedades de mandarina, ?Marisol? y ?Oroval?, pero sobre todo en los híbridos ?Nova?, ?Ellendale? y ?Ortanique?.
El rajado del fruto se inicia, generalmente, por la zona estilar y puede evolucionar hasta la zona ecuatorial y alcanzar la zona peduncular, pero algunas veces la ruptura de la corteza se inicia por la zona ecuatorial del fruto (Foto 1).
Aunque por lo general los frutos se rajan cuando todavía no han iniciado el cambio de color, en algunas variedades de recolección tardía, como la naranja dulce ?Navelate?, este puede producirse una vez superada la maduración.
La pulpa no suele verse afectada por el rajado, pero como consecuencia de quedar expuesta al exterior suele ser rápidamente atacada por hongos, lo que origina pudriciones.
Una de las características de esta alteración es la variabilidad con que se presenta, lo que indica que distintos factores pueden tener incidencia en la alteración.
Condiciones climáticas, especialmente déficits hídricos estacionales seguidos de periodos húmedos, condiciones edáficas y desequilibrios nutricionales, así como algunos agentes patógenos, se han mostrado determinantes de la misma.
En variedades muy afectadas, como la mandarina ?Nova?, la alteración se inicia a finales de agosto, alcanza su máximo a mediados de septiembre y cesa a mediados de octubre con el inicio del cambio de color del fruto. Para una misma parcela, la variabilidad entre años es muy acusada, lo que indica el marcado efecto de las condiciones climáticas y culturales. El porcentaje de frutos afecta dos también presenta gran variabilidad entre parcelas de la misma variedad en el mismo año (ALMELA et al., 1994).
El momento de máximo rajado coincide con la disminución del espesor de la corteza y la máxima presión de los segmentos, lo que indica que ésta no aguanta la presión y se rompe, originando el rajado. El albedo, dada su esponjosidad, puede amortiguar la presión, pero el flavedo es más rígido y, eventualmente, se agrieta. La mayor frecuencia del rajado en frutos de corteza fina y la relación inversa encontrada entre la resistencia de la corteza y el porcentaje de frutos rajados, apoyan esta hipótesis. Cuando después de un verano seco se producen abundantes lluvias en septiembre, a los pocos días hay un fuerte aumento de frutos rajados en la mandarina ?Nova?, lo que está de acuerdo también con ella.
En experimentos realizados en Israel se ha demostrado que los árboles con bajos niveles de potasio presentan mayores índices de rajado. La fertilización potásica, en estos casos, reduce el rajado, y es conocido que, en general, el aporte de potasio aumenta el espesor y la resistencia de la corteza (BAR AKIVA, 1975).
En España, y en en la mandarina ?Nova?, la aplicación foliar de nitrato cálcico en el mes de julio (RUÍZ Y PRIMO-MILLO, 1989; ALMELA et al., 1990) puede reducir de forma significativa la alteración, especialmente en las parcelas más afectadas.
Pero los mejores resultados se han obtenido con la aplicación de fitorreguladores.
La aplicación de una mezcla de ácido giberélico y ácido 2,4-diclorofenoxiacético (2,4-D) a concentraciones de 20 mg l-1 para ambos, efectuada a finales de junio y repetida a finales de julio, reduce significativamente la incidencia del rajado en la mandarina ?Nova?. La aplicación por separado de cualquiera de estados dos sustancias presentan un efecto más reducido y, en general, insuficiente. La realización de dos aplicaciones mejora los resultados que se obtienen con una sola, aunque ésta, en muchos casos, pueda ser suficiente (ALMELA et al., 1994). La reducción en el número de frutos afectados se cifra entre el 50% y el 70%. Dado que, actualmente, el 2,4-D no puede ser utilizado en Citricultura con este fin, puede ser sustituido por el éster 2-etil-hexil del ácido 2,4-diclorofenoxipropiónico (2,4-DP), a la misma concentración, con idénticos resultados.
El efecto de estos fitorreguladores está relacionado con un incremento de la resistencia de la corteza, sin que su aplicación afecte a su espesor.
Clareta
La clareta, creasing o incrinatura dell?albedo, es la alteración que, probablemente, afecta a un mayor número de variedades de cítricos en el mundo y representa las mayores pérdidas. Especialmente sensible es la naranja ?Valencia late?, cuyas pérdidas, en Israel, Florida y California se cifran entre el 15% y el 25%, pudiendo alcanzar en algunos campos y en determinados años hasta el 60%.
En las naranjas del grupo Navel las pérdidas globales en Sudáfrica, Uruguay y Australia se cifran entre el 5% y 15%, pero en algunos campos llegan a alcanzar hasta el 50%. En Italia son las naranjas Sanguinas las que se muestran más sensibles, habiéndose observado daños de hasta el 70% - 80% en las variedades ?Sanguigno?, ?Sanguinello comune? y ?Tarocco?. En España la clareta se encuentra frecuentemente afectando a las naranjas ?Navelina?, ?Washington navel? y ?Valencia late?, a las mandarinas Clementinas y a los híbridos ?Fortune? y ?Nova?, con pérdidas entre el 10% y el 20%, aunque en algunos campos de ?Valencia late? y en determinadas condiciones se ha llegado a superar el 50% de frutos afectados (RUIZ Y PRIMO-MILLO, 1989).
El creasing o clareta es un desorden fisiológico de la corteza de los agrios caracterizado por la presencia de pequeñas grietas y lagunas en el albedo, que se corresponden con áreas de depresión del flavedo, y que alternan con zonas sanas de desarrollo normal de la corteza y que por ello aparecen como bultos
(Foto 2). Esta alteración deprecia comercialmente al fruto y lo hace muy frágil al manipulado para su comercialización
La clareta se origina en las primeras fases de desarrollo del fruto. En éstas la división celular es elevada y la corteza aumenta rápidamente de espesor. Los primeros síntomas son visibles a los 28 días del cuajado y a los 2 meses ya se observa el colapso del albedo. La cinética diferencial en el desarrollo de los tejidos de la corteza es uno de los factores responsables de su aparición. Durante la fase II del desarrollo del fruto, las células de la epidermis y de la zona externa del flavedo aumentan en número y en tamaño (BAIN, 1958); sin embargo, la división celular en el albedo cesa 9 semanas después de la floración, adquiriendo un aspecto profundamente lobulado, aunque su tamaño crece constantemente hasta la maduración. Este crecimiento de las células es inicialmente radial, pero como consecuencia del enorme crecimiento del endocarpo, se ejerce sobre ellas una gran presión que las obliga a alargarse tangencialmente, ya que no puede ser compensado por un mayor número de células puesto que la división celular ha terminado, de modo que en las zonas de unión entre células las paredes se extienden formando protuberancias tubulares bien características. Si, además, las paredes celulares son débiles, como consecuencia de alteraciones nutricionales, de algún tipo de estrés, de fluctuaciones hídricas notables, etc., éstas se separan con mayor facilidad desarrollando el creasing.
Esta pérdida de conexión entre células se halla facilitada por un incremento de la actividad enzimática que afecta a la degradación de las paredes de las células del albedo. Los trabajos de Monselise et al (1976) demuestran que el enzima pectinmetilesterasa (responsable de la degradación de pectinas) inicia su actividad cuando comienza a aparecer el creasing, y se incrementa con el tiempo, pero mucho más rápidamente en los frutos afectados.
Estos fenómenos parecen tener lugar, inicialmente, entre dos o más células de la zona interna del mesocarpo y van progresando, de modo que varios de estos focos se alcanzan entre sí hasta originar grandes áreas de afección. Estas se van extendiendo, poco a poco, hacia capas más externas para alcanzar, finalmente, las zonas subepidérmicas. Los estudios de Storey y Treeby (1994) demuestran que las zonas afectadas se originan por la pérdida de conexión entre las células del albedo más que por una fractura de sus paredes celulares (Foto 3).
Una visión distinta ha sido dada por Bower (2003). Este autor atribuye la aparición del creasing a la actividad del enzima oxidasa del ácido urónico durante la 4-5 semanas siguientes a la caída de pétalos. Por otra parte, del análisis de elementos minerales en el fruto durante dicho periodo parece desprenderse una acción multivariante de los mismos con un papel preponderante por parte del P y el Mo. El primero forma parte de la estructura molecular del enzima; el Mo actúa como cofactor en la síntesis de precursores del ácido galacturónico, el componente mayoritario de las pectinas. El autor concluye que la alteración aparece como consecuencia de una falta de síntesis de pectina y sus enlaces.
La intensidad de creasing en un mismo árbol varía con los años, lo que indica la existencia de factores ambientales envueltos en la manifestación de la alteración.
Las condiciones del medio, tanto climáticas como del suelo, pueden alterar su desarrollo. Periodos de sequía y lento desarrollo en verano seguidos de tiempo húmedo o amplias fluctuaciones de la humedad parecen incrementar la intensidad. Por otra parte, el creasing se halla asociado a cosechas elevadas y es más intenso cuanto mayores son éstas, por lo que es posible que las mismas condiciones climáticas que promueven el desarrollo del fruto estimulen la aparición de la alteración. Por último, la intensidad del creasing aumenta con la edad del fruto, de modo que un retraso en la recolección incrementa su incidencia.
Aspectos nutricionales se hallan, asimismo, relacionados con la clareta. Se han encontrado correlaciones entre el contenido en elementos minerales de las hojas y su incidencia; de entre ellas la más notable es la relacionada con el fósforo y el molibdeno. Así, la carencia de fósforo, que provoca un mayor espesor de la corteza y reduce, consecuentemente, el creasing puede ser consecuencia de fertilizaciones elevadas de nitrógeno que dan lugar también a frutos con corteza más gruesa. A pesar de ello, fertilizaciones crecientes de nitrógeno se han relacionado con aumentos de la clareta y fertilizaciones puntuales en primavera dan lugar a una mayor incidencia de la alteración que las efectuadas en verano, ya sea fraccionadamente o de modo puntual (JONES et al, 1967); todo lo cual no permite atribuir al N un efecto específico sobre el creasing. Con el potasio, sin embargo, no existe tanta discrepancia y su papel como reductor de la alteración es casi generalmente aceptado.
En un experimento con siete patrones realizado en Australia con la variedad de naranjo navel ?Bellamy? (TREEBY et al., 1995), el naranjo dulce fue el que dio mayor proporción de frutos sanos (45%), seguido del mandarino ?Cleopatra? (38%), el P. trifoliata y los citranges Troyer y Carrizo (26% - 29%); el limón rugoso y la lima ?Rangpur (21% y 11% de frutos sanos, respectivamente) fueron los que indujeron mayor incidencia de creasing.
La aplicación de ácido giberélico reduce el creasing tanto si se aplica al inicio de la fase lineal del desarrollo del fruto, cuando éste tiene entre 30 y 50 mm de diámetro, como inmediatamente antes del cambio de color (MONSELISE et al, 1976; GILFILLAN et al., 1981). Concentraciones de 20 mg l-1 reducen en más de la mitad la incidencia del creasing (GILFILLAN et al., 1981), pero 10 mg l-1 son suficientes en condiciones de baja incidencia (GILFILLAN et al., 1981). Resultados similares han sido encontrados en España (RUIZ Y PRIMO-MILLO, 1989) y Uruguay (GAMBETTA et al., 2002). Los tratamientos tardíos llevan aparejado un retraso en la coloración, por lo que si se desea una pronta recolección se aconseja efectuarlos en la época más precoz de las citadas.
En España una mezcla de 12 mg l-1 de ácido giberélico junto con NO3K (2%) mejoró significativamente la respuesta (5.6% de frutos afectados) respecto de la obtenida con ácido de giberélico sólo (11.3%) en árboles de ?Valencia late? con cerca del 60% de frutos afectados (RUIZ Y PRIMO-MILLO, 1989). Por otra parte, la combinación de fosfato amónico, u otros compuestos nitrogenados, con la hormona (20 mg l-1), redujo significativamente la incidencia de la alteración, hasta casi anularla (MONSELISE et al., 1976; BAR-AKIVA, 1977; RUIZ Y PRIMOMILLO, 1989; GAMBETTA, 2002).
Bufado del fruto
El bufado del fruto es una alteración fisiológica caracterizada por la separación que se produce entre corteza y pulpa cuando el fruto madura. Esta separación hace que el fruto sea blando al tacto y poco consistente a las operaciones de recolección y manipulado, perdiendo calidad comercial. Además, el consumidor considera que el fruto bufado está sobremaduro y tiende a rechazarlo.
En las mandarinas, esta alteración es relativamente frecuente, sobre todo en las del grupo Satsumas, presentándola más del 80% de los frutos si se deja que completen su maduración en el árbol. Algunas clementinas presentan también tendencia al bufado, entre ellas las variedades ?Marisol?, ?Oroval? y ?Clemenules?. Pero, la importancia comercial de la alteración no es igual en todas ellas. Así, para las dos primeras, de maduración precoz y recolección anterior al cambio de color para su desverdización, el bufado no suele ser un problema; pero si se dejan en el árbol más allá del cambio de color se presenta la alteración. Es el caso de la variedad ?Clemenules?, cuya elevada producción exige que una parte de las parcelas permanezcan con la fruta en el árbol hasta bastante tiempo después del cambio de color.
Esta alteración, por ser típica de las mandarinas Satsumas, ha sido ampliamente estudiada en Japón y también en España donde su producción fue importante en los años 70 del siglo pasado. Actualmente, la producción de mandarina Satsuma es escasa y el problema aparece, casi exclusivamente, en la mandarina ?Clemenules?.
La separación entre corteza y pulpa cuando el fruto madura es el síntoma más característico del bufado (Foto 4A) Además, el albedo se vuelve esponjoso, apareciendo numerosas grietas, y se produce la desintegración del eje central (Foto 4B).
Si el fruto se mantiene en el árbol una vez cambiado de color, se inicia una progresiva pérdida de zumo que hace que la pulpa se contraiga, agravando más el bufado y su pérdida de calidad. De hecho, todas las variedades que presentan la alteración tienen tendencia a perder zumo si sus frutos permanecen sobremaduros en el árbol una vez completado el cambio de color.
La causa básica de la alteración es la aparición de grandes espacios intercelulares en las capas más profundas del albedo al finalizar la división celular (KURAOKA, 1962; KURAOKA et al., 1966). En nuestras condiciones climáticas eso ocurre a finales de julio. Posteriormente estos espacios intercelulares aumentan de tamaño y dan lugar, en las últimas fases de crecimiento del fruto, a un albedo esponjoso y poco consistente que, finalmente, se agrieta. Sin embargo, esta situación no conduce necesariamente al bufado del fruto. El mismo fenómeno se presenta en la alteración conocida como clareta o creasing, que afecta sobre todo a las naranjas, y cuyos frutos no necesariamente aparecen bufados en la maduración (ver apartado anterior).
La desintegración de los tejidos del albedo puede facilitar la posterior separación entre corteza y pulpa, pero sólo cuando ésta se produce aparece el bufado.
Es lo que ocurre en la mandarina Satsuma a finales de septiembre o en la mandarina ?Clemenules? a finales de noviembre. En ellas se presenta un recrecimiento de la corteza cuando los segmentos han completado su desarrollo provocando la separación entre corteza y pulpa y dando lugar, por tanto, a la aparición del bufado (KURAOKA, 1962, KAWASE E HIRAI, 1983, AGUSTÍ Y ALMELA, 1984).
La humedad, asociada a temperaturas elevadas durante el otoño, favorece marcadamente la manifestación del bufado, especialmente si ha existido un periodo seco previo (KURIYAMA et al., 1981). Estas condiciones prolongan la actividad vegetativa del árbol, retrasan la parada invernal y facilitan que continúe el crecimiento de la corteza. De hecho, todo lo que facilita el crecimiento final de la corteza contribuye al bufado de los frutos. La nutrición mineral también juega un papel determinante en la presencia del bufado. La excesiva fertilización nitrogenada en los meses finales del verano aumenta su incidencia. La carencia de fósforo se manifiesta en los frutos en un ahuecamiento del eje central, corteza gruesa y con tendencia a separarse de la pulpa que, en parte, coincide con la sintomatología del bufado y puede favorecer su aparición.
La aplicación de ácido giberélico controla el bufado del fruto permitiendo mantener la fruta en el árbol dos meses después del inicio de su maduración comercial en adecuadas condiciones de calidad. La respuesta depende críticamente de la época de aplicación. Aplicaciones a finales de septiembre o principios de octubre para la mandarina Satsuma y a mediados o finales de octubre para la ?Clemenules? reduce en más de un 80% la cantidad de frutos bufados. Esa época coincide con el inicio de la degradación de las clorofilas de la corteza, y el ácido giberélico en estas condiciones retrasa la entrada en color del fruto entre 30 y 40 días, aspecto que debe tenerse en cuenta, sobre todo en el caso de las Satsumas por su precocidad. Aunque un incremento de la respuesta con la concentración aplicada hasta 20 mg l-1 resulta clara (AGUSTÍ Y ALMELA, 1984) la aplicación de 10 mg l-1 se considera suficiente para obtener un efecto comercialmente satisfactorio. Como para el caso del creasing, la respuesta al ácido giberélico es reforzada por la adición simultánea de algunas sales minerales, no habiéndose observado ningún efecto sobre el bufado cuando se aplican solas. De entre ellas la más eficaz es el fosfato mono o biamónico a concentraciones de 1%-1,5%. Otras sales minerales, como el nitrato cálcico o amónico, también han mostrado eficacia. En general, las características internas del fruto no se ven afectadas. La pérdida de zumo, que ocurre mientras permanece el fruto en el árbol, se ve retrasada pero no se evita.
Los contenidos en acidez y azúcares del zumo tampoco se ven alterados como consecuencia del tratamiento.
El retraso en la recolección que las aplicaciones de ácido giberélico conllevan puede afectar a la siguiente floración. En general, ésta se reduce, pero el efecto que ello pueda tener sobre la cosecha siguiente depende del nivel de la precedente y de la variedad. La realización de una recolección parcial del fruto a principios de diciembre consigue paliar notablemente los efectos sobre la floración (AGUSTÍ Y ALMELA, 1984; GARCÍA-LUIS et al., 1986).
Picado del fruto
Recibe el nombre de picado o peel-pitting, la aparición de pequeñas lesiones, profundas, sobre la corteza del fruto, inicialmente aisladas, que evolucionan agrupándose en zonas relativamente amplias y adquiriendo una coloración marrón oscuro que invade, finalmente, la casi totalidad del fruto, reduciendo su calidad y haciéndolo inservible comercialmente para el consumo en freso. En ningún caso las glándulas de aceites esenciales se ven implicadas en la alteración (Foto 5).
Este desorden fisiológico se halla frecuentemente relacionado con las condiciones de almacenamiento post-cosecha, habiéndose atribuido a las bajas temperaturas la causa de su aparición en pomelos y limas (PANTASTICO et al., 1968), limones (COHEN et al., 1994) e híbridos (COHEN et al., 1990; MARTÍNEZ-JÁ-VEGA et al., 1992), denominándose entonces cold-pitting.
En España esta alteración tiene importancia durante el almacenamiento de las mandarinas ?Nova? y ?Fortune? y del tangor ?Ortanique?, cuya dependencia térmica está bien establecida y, por tanto, también lo están sus condiciones de almacenamiento (MARTÍNEZ-JÁVEGA et al., 1992). Pero su aparición antes de la recolección puede presentar problemas graves, sobre todo en la mandarina ?Fortune? (ALMELA et al., 1992) en la que puede llegar a afectar a más del 40% de la cosecha.
En nuestras condiciones climáticas mediterráneas la alteración se inicia entre finales de diciembre y mediados de enero. Su aparición no suele ser progresiva y más bien se presenta con rapidez en el tiempo, evolucionando hacia una lenta reducción de los síntomas más visibles.
Estas depresiones, comparadas con tejidos sanos, afectan sólo al tejido del flavedo y, aunque no alteran la continuidad de la capa cuticular, implican el colapso de las células epidérmicas y de varias filas de células hipodérmicas. En las primeras fases del desarrollo de la alteración, sólo unas pocas células epidérmicas se ven afectadas por la lesión. En las células afectadas se observan claros síntomas de degeneración celular: la vacuola pierde su contenido y el citoplasma se contrae, apareciendo una amplia zona vacía entre la pared celular y el citoplasma.
La afección se extiende, progresivamente, hacia células vecinas epidérmicas y subepidérmicas y células parenquimáticas. La observación al microscopio electrónico de barrido de la zona dañada permite apreciar la aparición de zonas deprimidas prácticamente desprovistas de placas céreas (VERCHER et al., 1994).
Esta alteración se caracteriza por su irregular distribución, existiendo una gran variabilidad entre parcelas y aún dentro del mismo árbol. En todas las parcelas, los frutos que presentan síntomas más intensos son los situados en la cara externa del árbol y orientados al norte. La cutícula es más permeable al agua en los frutos situados en posición NW.
Los experimentos llevados a cabo por Almela et al. (1992) revelan la presencia de fuertes vientos (ª 25 m s-1), de dirección predominante N-NW, con HR bajas (40%-45%) y temperaturas (ª 15-18ºC máx.; 4-10ºC mín.) relativamente bajas, como las condiciones climáticas previas a la aparición del picado. En efecto, en estas condiciones la evapotranspiración es alta y si se dan las condiciones de elevada permeabilidad cuticular citadas, la alteración aparece a los pocos días.
La aplicación de nitrato cálcico antes del cambio de color del fruto, y en todo caso antes de que se den las condiciones climáticas favorables a la aparición del peel pitting, a una concentración del 2% p/v, se ha mostrado eficaz en el control de la alteración en la mandarina ?Fortune?. En los experimentos de Zaragoza et al. (1996), la aplicación de esta sustancia redujo entre un 30% y un 60% el porcentaje de frutos afectados.
La aplicación de un antitranspirante (pinolene: di-1-p-menteno, 96% m. a.) también se ha mostrado eficaz en el control de esta alteración. También en este caso los tratamientos deben efectuarse al cambio de color del fruto o antes, reduciendo el porcentaje de frutos afectados entre un 10% y un 70%, dependiendo de la localización de la parcela, condiciones climáticas, condiciones de tratamiento, etc. Junto con este efecto, el pinolene también redujo la severidad del pitting en los frutos afectados (AGUSTÍ et al., 1997).
La acción del nitrato cálcico y del pinolene se ha demostrado a través de una reducción de la permeabilidad cuticular. Ninguno de los tratamientos citados altera las características internas del fruto.
Colapso de la corteza
El cultivo del naranjo dulce ?Navelate? bajo diferentes condiciones ambientales ha revelado su alta sensibilidad al colapso de la corteza (pateta de rata) durante su maduración (ZARAGOZA Y ALONSO, 1975), así como durante el almacenamiento post-cosecha del fruto (ALFÉREZ et al., 2003). Este desorden fisiológico provoca una pérdida considerable de calidad y, por tanto, de frutos aptos para la exportación.
Hasta el 80% de pérdidas han sido registradas en huertos muy sensibles (ALMELA et al., 2000). De entre las variedades del grupo Navel, la ?Navelina?, ?Washington navel? y ?Lane late? se han mostrado como las más sensibles a la alteración, al menos bajo las condicione climáticas mediterráneas.
El periodo de aparición de la alteración se extiende desde el cambio de color del fruto hasta varias semanas más tarde, dependiendo de las condiciones climáticas. La incidencia postcosecha en frutos maduros es independiente del momento de la recolección, pero aumenta con la maduración del fruto (ALFÉREZY ZACARÍAS, 2001).
Los frutos afectados se caracterizan por la presencia inicial de depresiones sobre el flavedo (Foto 6A) que evolucionan formando zonas secas de color marrón rojizo que recubren gran parte de la cara externa del fruto (Foto 6B). Su incidencia varía entre años, entre huertos e incluso entre frutos de un mismo árbol (ZARAGOZA Y ALONSO, 1975; ALMELA et al., 2000). Los frutos afectados aparecen alrededor de todo el árbol, pero su proporción es mayor entre los situados en la cara NW. Asimismo, es mayor entre los frutos situados en el exterior de la copa y su incidencia aumenta en la cara expuesta del fruto respecto de la que mira hacia el interior del árbol.
La comparación de secciones transversales de la corteza de frutos sanos y afectados permite entender las características morfológicas del colapso de la corteza de la naranja ?Navelate? y su probable origen (AGUSTÍ et al., 2001). Los primeros síntomas se inician en la zona de transición albedo-flavedo; las células epidérmicas, las capas más externas del flavedo y las más internas del albedo aparecen intactas durante varias semanas sin ningún síntoma de colapso y necrosis. El citoplasma de las células dañadas se halla destruido y aparece como una masa de material colapsado, localizado en el centro de la cavidad celular.
Estas células se contraen y deprimen el flavedo y, por tanto, la superficie del fruto (Foto. 6A).
Por otra parte, la cutícula de las zonas dañadas de los frutos afectados, cuando se la compara con la de las zonas sanas, presenta una morfología normal sin síntoma alguno de rotura. Su espesor, además, permanece constante, independientemente de la incidencia de la alteración. No parece, por tanto, probable que el fruto pierda agua hacia la atmósfera.
En general, el colapso de la corteza se desarrolla durante el otoño y el invierno, pero en ocasiones aparece de modo inmediato. En estos casos, el estudio de las condiciones climáticas puede ser de gran ayuda para establecer las causas que lo originan y el momento de su inicio. La aparición de los síntomas iniciales de la alteración coincide con días de alta temperatura, baja HR y alta tasa de evapotranspiración, seguidos bruscamente de un periodo de baja temperatura, alta HR y baja evapotranspiración (AGUSTÍ et al., 2001).
En el caso de la aparición postcosecha de esta alteración, son también los cambios bruscos de HR los desencadenantes del proceso (ALFÉREZ et al., 2003).
Así, en frutos del cv. ?Navelina? almacenados a tª constante (20ºC), la transferencia desde una HR del 45% al 95% aumenta la incidencia de la alteración, independientemente de la pérdida de peso que experimenta el fruto; y su aparición es tanto más rápida cuanto más tiempo ha estado almacenado el fruto a baja HR antes de la transferencia.
La única forma de luchar eficazmente contra esta alteración es con la selección adecuada del patrón. Estudios realizados por Agustí et al. (2003) durante seis años (95-96 al 00-01) con diferentes patrones, demuestran que los árboles injertados sobre el patrón citrange Carrizo poseen una mayor incidencia que los injertados sobre mandarino Cleopatra y éstos, a su vez, que los injertados sobre naranjo amargo. Entre los dos primeros las diferencias varían entre el 17% y el 67%, mientras que entre citrange Carrizo y naranjo amargo varían entre el 63% y el 93%.
Al mismo tiempo, también se encuentran diferencias en la severidad de la alteración. En una parcela de Navelate sobre patrón Carrizo y Cleopatra, el 39% de los frutos de los árboles injertados sobre citrange Carrizo fueron descartados para su comercialización, mientras que en el caso del mandarino Cleopatara lo fueron el 22% (AGUSTÍ et al., 2003). En otra parcela de Navelate injertado sobre citrange Carrizo y naranjo amargo los descartes fueron del 36% y del 4%, respectivamente (AGUSTÍ et al., 2003). Estos valores, en su conjunto, indican que la incidencia de la alteración fue citrange Carrizo > mandarino Cleopatra > naranjo amargo.
Granulación
La granulación del fruto, dry end, granulation o granulazione, se presenta en naranjas y en mandarinas y se caracteriza por la gelificación de las vesículas de zumo, lo que reduce severamente su contenido. Bartholomew et al. (1941) en sus estudios distinguieron entre engrosamiento, gelificación y reducción del contenido en zumo de las vesículas, a lo que denominaron globalmente granulación, y secado de las vesículas, indicando que solamente cuando éste último ocurre bien avanzada la maduración es similar a la granulación, por lo que su origen debe ser distinto. A pesar de ello, ningún resultado publicado permite distinguir entre ambos desórdenes, si es que son distintos. De hecho, Grierson (1986), Davies y Albrigo (1994) y Zaragoza y Agustí (2001) no los distinguen.
Aunque esta alteración se ha encontrado tradicionalmente en las naranjas ?Valencia?, en las que puede afectar a más del 35% de la cosecha, las naranjas del grupo navel son, asimismo, sensibles. Así, en Sudáfrica, se han registrado porcentajes de más del 45% de frutos afectados durante la comercialización de ?Washington navel? (GILFILLAN Y STEVENSON, 1977) y en España es especialmente sensible el cv. ?Lanelate?, con daños superiores, en ocasiones, al 80%; el cv. ?Navelate? muestra, también, la alteración, pero con una incidencia marcadamente inferior (< 15-20%) (ZARAGOZA Y AGUSTÍ, 2001). Los pomelos (en los que recibe el nombre de ricing) y las mandarinas son menos proclives a la alteración (COGGINS Y HIELD, 1968).
La granulación de los frutos cítricos se presenta bajo dos formas: a) en las naranjas ?Valencia?, mandarinas e híbridos, aparece típicamente sólo en el extremo peduncular del fruto; en estos casos, se halla relacionada con el retraso de la recolección, sobre todo en los frutos de mayor tamaño. b) en las naranjas navel la granulación se presenta inicialmente en el extremo peduncular y avanza hacia el centro del fruto a medida que este madura (Foto. 7). En muchos casos, la granulación también es un problema de la post-recolección, aumentando su presencia con el tiempo de conservación del fruto (GILFILLAN Y STEVENSON, 1977).
Tanto si aparece en el árbol como tras su recolección, no puede ser detectada externamente. Los frutos afectados de granulación poseen vesículas de gran tamaño, de paredes gruesas y secas y casi incoloras (Foto 7). Sus células son, asimismo, más grandes y presentan un engrosamiento de sus paredes (SHOMER et al., 1989; HWANG et al., 1990). El mayor tamaño celular se ha relacionado con un crecimiento anormal de las vesículas afectadas (BARTHOLOMEW et al., 1941); ahora bien, si ello se debe a que las vesículas ya son originariamente más grandes en los frutos afectados o a un nuevo crecimiento celular durante el desarrollo de la alteración, no se conoce todavía (HWANG et al., 1990). Aunque el contenido hídrico de las vesículas afectadas de granulación es superior al normal, el agua se halla gelificada y, por tanto, no está disponible como zumo. En etapas avanzadas de la alteración, las células del interior de las vesículas pueden colapsarse, dejando amplias cavidades aéreas (COGGINS Y HIELD, 1968). El contenido en azúcares, ácidos orgánicos y carotenoides desciende en las vesículas afectadas, mientras que la concentración de elementos minerales aumenta (SINCLAIR Y JOLLIFFE, 1961; GILFILLAN Y STEVENSON, 1977). Y algo similar ocurre al comparar campos con diferentes niveles de afección (ZARAGOZA Y AGUSTÍ, 2001). El descenso en la concentración de sólidos solubles totales y ácidos orgánicos contribuye a que el zumo de estos frutos sea insípido.
Varios factores se han mostrado potencialmente responsables de la granulación. Entre ellos se incluyen el clima, el suelo, la variedad, el patrón, algunas prácticas de cultivo, el tamaño del fruto y la cuantía de la cosecha. En las condiciones climáticas de la citricultura mediterránea, la granulación se encuentra restringida a situaciones y zonas concretas, con suelos ligeros y temperaturas medias elevadas a lo largo de todo el año. Los estudios llevados a cabo por Zaragoza y Agustí (2001) en plantaciones de naranjo dulce ?Lanelate? de las provincias de Huelva y Valencia, revelan diferencias marcadas entre ellas. La temperatura media de los meses de noviembre a febrero no parece ser el factor decisivo, ya que las diferencias entre parcelas no fueron muy acusadas. Respecto de la humedad relativa, la de la parcela con mayor porcentaje de frutos afectados fue la más baja de las registradas en la provincia de Huelva, a pesar de lo cual no se encontró correlación significativa entre ambas variables. En la provincia de Valencia, y en una parcela con HR marcadamente más baja que en las de Huelva (63%), el total de fruto afectado no superó el 20%; en otras parcelas de Valencia con HRs similares el porcentaje de frutos afectados fue nulo. Tampoco puede afirmarse, por tanto, que la HR sea el factor decisivo. Es de destacar la diferente textura del suelo de las parcelas de Valencia, franco-arenosa y con un pH superior a 7.5, frente las de Andalucía, areno-limosa y con pH inferior a 6.
Los suelos arenosos poseen escasa capacidad de retención de agua, por lo que su calor específico es muy bajo y, por tanto, se calientan con facilidad. En estas condiciones, los árboles anticipan su entrada en actividad, brotan y florecen antes y sus frutos maduran también antes, sobre todo en condiciones de elevada humedad (BEVINGTON Y CASTLE, 1985). La posibilidad de que esta anticipación de la actividad vegetativa sea responsable de la granulación está por es tudiar, pero el hecho de que ésta se inicie cuando los árboles empiezan a brotar sugiere que es la propia planta la que, al reclamar agua, provoca su aparición, de ahí que la afección aumente en intensidad con la edad del fruto. La baja capacidad de retención de agua de los suelos arenosos contribuye a entender esta explicación. Asimismo, esta idea es coherente con la mayor afección que presentan los árboles injertados sobre patrones más vigorosos (ERICKSON, 1968).
La posición del fruto en el árbol determina, también, la incidencia de la alteración (ZARAGOZA Y AGUSTÍ, 2001). Los frutos situados en la cara N, en general, se hallan afectados en mayor cuantía que los situados en la cara S, sobre todo en aquellas parcelas con un mayor grado de afección, y lo mismo ocurre al comparar los de la parte superior de la copa con los de la parte inferior. Por otra parte, los frutos de las parcelas más afectadas poseen, a su vez, una granulación más intensa, tanto en el cómputo total por árbol como al distinguirlo según su posición. Los árboles con menos cosecha y, por tanto, con frutos de mayor tamaño, desarrollan más intensamente la granulación. Estos frutos acumulan mayor cantidad de materia seca en su pulpa (EL OTMANI et al., 1993) y una reducción de su volumen de agua dará lugar a una mayor sensación de sequedad.
Finalmente, la pérdida de vigor que los árboles experimentan con la edad puede ser la explicación del descenso progresivo del porcentaje de frutos dañados que en ellos se observa a medida que envejecen (ZARAGOZA Y AGUSTÍ, 2001). El contenido en elementos minerales también se ha relacionado con la incidencia de la alteración. En general, se ha señalado un aumento del contenido en Ca y un descenso en el de P, Mg, Zn, Mn, Cu y B en la pulpa de los frutos afectados (GILFILLAN Y STEVENSON, 1977; GOTO, 1989).
El mejor modo de prevenir esta alteración es, también, con la adecuada elección del patrón. Klotz (1978) ya señaló que las plantas injertadas sobre Rough lemon y patrones trifoliados presentan un mayor porcentaje de frutos afectados. En España, los estudios de Zaragoza y Agustí (2001) indican que el Citrus volkameriana aumenta la incidencia de la granulación en comparación con el mandarino Cleopatra y el citrange Carrizo, ambos con incidencias similares, y las plantas sobre citrumelo son las menos afectadas.
Oleocelosis
La Oleocelosis es una alteración fisiológica de la corteza originada por la liberación, generalmente por causas mecánicas, del aceite esencial de las glándulas oleíferas del flavedo (FAWCETT, 1916) que resulta fitotóxico para las células de la epidermis (EAKS, 1969). Su importancia es muy variable y se halla, generalmente, reducida al inicio de la época de recolección y cuando el fruto se recolecta sin haber completado la coloración de la corteza. Este desorden es consecuencia de la manipulación del fruto que se recolecta turgente tras un intenso rocío, lo que facilita la ruptura de las glándulas de aceites esenciales. También puede presentarse en frutos turgentes de árboles sometidos a humedades elevadas que reciben temperaturas bajas repentinas.
La lesión se caracteriza por la presencia de manchas marrón-verdosas en la corteza que pueden evolucionar hasta la necrosis. En la Foto. 8 se pueden observar las lesiones típicas en un fruto de mandarina ?Marisol?. La observación al microscopio electrónico de barrido muestra que en la zona afectada la cutícula se agrieta y sus hendiduras aparecen impregnadas del aceite esencial liberado de las glándulas (AGUSTÍ etal,l 2004).
La causa de esta alteración es la fitotoxicidad de los aceites esenciales. Cualquier tipo de daño mecánico provoca la ruptura de las glándulas de aceites, liberándolos y extendiéndolos por la epidermis, lo que provoca la rápida degeneración de sus células. Pero la liberación de aceite también puede deberse a una degeneración celular que se inicia con la pérdida de la integridad de las membranas, sigue con la degeneración del contenido celular y finaliza con el colapso de las células. En este caso, es decir, en ausencia de daños mecánicos, la liberación de aceites provoca lesiones todavía más intensas (KNIGHT et al., 2002). En condiciones de campo el factor clave es la turgencia de la corteza. Si hay rocío la turgencia es mayor y los daños aumentan. La susceptibilidad del fruto a la oleocelosis está influida por el balance hídrico del árbol, disminuyendo el riesgo cuanto menor es el contenido hídrico de la planta (CAHOON et al., 1964). Finalmente, la resistencia de la corteza es un factor importante en la aparición de los daños. Cuanto menor es ésta menor es la incidencia de las lesiones.
Es lo que ocurre al madurar los frutos: la corteza se vuelve más blanda y la intensidad y el número de lesiones disminuye. Esta menor resistencia de la corteza va asociada al cambio de color de los frutos, y por eso los frutos maduros son menos sensibles, incluso en presencia de rocío.
En términos generales el mejor control de la alteración es la prevención, ya que su control directo es muy difícil. Su incidencia puede reducirse notablemente con el manejo cuidadoso del fruto durante su recolección y transporte, y con un tratamiento adecuado en almacén, especialmente si se desverdiza. Asimismo, se aconseja no recolectar los frutos cuando la turgencia de su corteza es elevada.
Tras la recolección, se ha señalado que distintas sustancias, como las ceras, pueden reducir los daños (WILD, 1998). También la conservación del fruto en atmósferas modificadas con bajos niveles de oxígeno (5% - 12%) o su aplicación intermitente, pueden reducirla en algunos casos.
Alteraciones de la corteza asociadas a la senescencia
Una vez el fruto ha completado el cambio de color, si no se recolecta y permanece en el árbol inicia su senescencia, que termina afectando a las características tanto internas como externas del fruto y modifica de forma importante su calidad comercial. De entre los cambios que se producen durante la permanencia del fruto maduro en el árbol, unos afectan a la pulpa, especialmente su con tenido en zumo que puede disminuir, y otros, la mayoría, a las características de la corteza. Los cambios en la corteza conducen a la aparición de alteraciones que no son más que manifestaciones de su envejecimiento. En este sentido las mandarinas son más sensibles que las naranjas. Ello es consecuencia de la propia estructura de la corteza, más delgada, con cutículas y capas céreas de recubrimiento de menor espesor en las primeras (ALBRIGO, 1986). Todo el grupo de las mandarinas Clementinas es sensible a estas alteraciones (AGUSTÍ et al., 1988), adquiriendo los daños especial importancia en la variedad ?Clemenules?.
Manifestaciones similares de senescencia se encuentran también en algunos híbridos, como las mandarinas ?Fortune? y ?Nova? (AGUSTÍ et al.., 1988). Todos estos desórdenes se conocen conjuntamente con el nombre genérico de pixat (water spot), predominando unos síntomas u otros según la variedad.
Los estados iniciales de este grupo de alteraciones se caracterizan por la aparición de zonas amarillentas que pierden el color rojo típico de la variedad (Foto. 9). A ello le sigue la aparición de pequeñas grietas blanquecinas, conocidas como clavillat, que se forman característicamente en la zona peripeduncular, como ocurre en la variedades ?Fortune? y ?Nova? (Foto 10A), o en cualquier zona de la corteza, como en la Clementina ?Fina? (Foto 10B) y la ?Clemenules?.
Todo ello va evolucionando, poco a poco, a manchas pardo-marrones, que se conocen como planxat y escaldat, cuyo tejido está colapsado, ha perdido la turgencia y se ha reblandecido (Foto 11). Un estudio más detallado de las fases iniciales de la alteración indica que las primeras decoloraciones amarillentas de la corteza son zonas llenas de grietas. Éstas, inicialmente, solo afectan a la capa cuticular, sin penetrar en el flavedo que, al igual que el albedo, permanece intacto.
Posteriormente, rompen la cutícula y la epidermis y se hunden en el flavedo.
Estas grietas son una vía de salida de agua desde los tejidos internos de la corteza que provoca la pérdida de turgencia del tejido, y explican la depresión de la corteza observada en la zona dañada. Por otro lado, permiten la entrada de agua libre y de patógenos que invaden los tejidos y los pudren. Las glándulas de aceite permanecen, generalmente, intactas.
La causa de la alteración es el envejecimiento de la corteza que se inicia cuando el fruto alcanza la maduración; las condiciones climáticas pueden acelerar su presencia. Asimismo, con el tiempo, los tejidos avanzan en el proceso, siendo progresivamente más sensibles a las influencias climáticas. La temperatura y la HR son los factores climáticos más influyentes en el desarrollo de estas alteraciones. El efecto de la temperatura es doble; por un lado, temperaturas altas aumentan la respiración de los tejidos y aceleran la senescencia; por otro, la temperatura influye en el aumento de la absorción de agua por los tejidos, lo que tiene influencia directa en esta alteración. La absorción de agua depende, también, del estado de maduración de los tejidos. Si el fruto no ha cambiado de color la absorción es baja, incluso a temperaturas próximas a 30ºC, y conforme cambia de color aumenta, inclusive a bajas temperaturas. El efecto de la humedad, sea por rocíos continuos sea por lluvias duraderas, acelera el proceso de senescencia. Si la humedad ocurre con temperaturas altas para la época invernal, aumenta la absorción por parte de la corteza y la entrada en senescencia se acelera. Si la temperatura es inferior 10ºC, la absorción de agua por la corteza es escasa y los daños son menores, y si la humedad es persistente acelera la formación de las grietas.
La aplicación de ácido giberélico al fruto cuando inicia el cambio de color retrasa su entrada en senescencia y, en consecuencia, lo protege de las alteraciones de la corteza asociadas a ella, lo que ha hecho que esta sustancia sea ampliamente utilizada para regular la recolección de naranjas, pomelos, limones, y mandarinas (AGUSTÍ Y ALMELA, 1991). La respuesta obtenida con esta sustancia es similar en todas las variedades estudiadas y los resultados dependen de la época de aplicación, concentración utilizada y condiciones climáticas a que se ve sometida la fruta.
La época de aplicación es el factor más importante. El momento óptimo para conseguir el máximo efecto es un poco antes del inicio del cambio de color del fruto, coincidiendo con el momento en que el contenido en clorofilas de la corteza es máximo e inicia su degradación. Un adelante o un retraso de la aplicación reducen la eficacia del tratamiento y cuando la fruta ha cambiado de color apenas resulta eficaz. En España, dicho momento, para la variedad ?Clemenules?, es desde mediados de octubre a principios de noviembre. Aunque la respuesta mejora hasta concentraciones de 20 mg l-1, una única aplicación entre 5 y 10 mg l-1 de ácido giberélico es suficiente para conseguir una buena protección. La diferencia en la respuesta no justifica el mayor coste del producto y, además, los efectos inhibidores en la floración del año siguiente aumentan con la concentración de la hormona, lo que hay que tener en cuenta en algunas variedades. La repetición de la aplicación sobre los mismos árboles 15 o 20 días después no presenta ninguna ventaja adicional y no está justificada (AGUSTÍ et al., 1988). La eficacia del ácido giberélico puede mejorarse con la aplicación simultánea de distintas sales minerales. Entre las de mayor eficacia se encuentran el fosfato amónico, el nitrato amónico y el nitrato de cal, que se aplican a concentraciones altas, entre el 1% y el 2%. Si se aplican solas su efecto es muy limitado y no tiene interés práctico (AGUSTÍ et al., 1988).
El ácido giberélico retrasa la entrada en color del fruto entre 30 y 40 días respecto de los frutos no tratados. Los frutos recién tratados que mantienen su color verde presentan dificultades para su desverdizado en cámara de etileno hasta que no pasa un cierto tiempo después del tratamiento, lo que debe ser tenido en cuenta a la hora de la recolección. Otra característica de la corteza modificada por la aplicación de ácido giberélico es su consistencia. Los frutos tratados tienen una corteza más compacta que los hace más resistentes al manipulado y transporte, siendo ésta una característica comercial de gran interés.
A las concentraciones indicadas, las características internas de los frutos no son afectadas por la acción del ácido giberélico. Los frutos tratados evolucionan internamente igual que los frutos sin tratar. Este aspecto es de gran importancia en la variedad ?Clemenules?, ya que si el fruto no se recolecta y permanece en el árbol, su rendimiento en zumo va descendiendo hasta el momento de la recolección, haya sido tratado o no, y cuando baja del 40% el fruto no es comercial.
Como consecuencia del retraso en la recolección de los frutos, fin para el que se llevan a cabo los tratamientos, la brotación del año siguiente se ve reducida, disminuyendo el número de brotes florales y aumentando el de vegetativos.
En la mayoría de variedades esto no tiene repercusión en la cosecha siguiente, e incluso puede ser positivo en aquellas que tienden a florecer con profusión o cuando la cosecha no es elevada. Pero en variedades como la ?Clemenules?, con cierta tendencia a la alternancia de cosechas, se observan, en ocasiones, descensos acusados de floración que pueden limitar la cosecha siguiente por insuficiente número de flores.
Abscisión del fruto maduro
Algunas variedades de cítricos, sobre todo del grupo navel, son particularmente sensibles a la caída de frutos maduros (Foto 12). Además, dado el aumento de la producción citrícola, se ha producido un desplazamiento de la época de recolección de algunas de ellas hasta que disminuyen las existencias de las clementinas, de modo que es preciso mantenerla dos o tres meses más en el árbol, sobremadura y expuesta a las incidencias del tiempo y, por tanto, a su abscisión.
Este proceso termina provocando graves pérdidas de fruta en estas variedades si no se toman medidas eficaces.
Por otro lado, en el grupo de las mandarinas, únicamente la Clementina ?Fina? y en ocasiones la ?Hernandina?, presentan problemas de abscisión del fruto maduro. Las demás (?Oroval?, ?Clemenules?, etc.) retienen el fruto con suficiente fuerza. La mayoría de los híbridos introducidos cultivados en España presentan, sin embargo, problemas de caídas del fruto maduro, especialmente las mandarinas ?Fortune?, ?Nova? y ?Ellendale?.
Los frutos se desprenden con el cáliz y sin éste, que queda unido al pedúnculo.
Esto ocurre como consecuencia de la formación de la capa de abscisión, responsable de la separación del fruto del pedúnculo, y originada por la degradación de las paredes celulares producida por la actividad de los enzimas hidrolíticos, celulasa, pectinmetilesterasa y poligalacturonasa.
La importancia de este tipo de daños es muy variable. Como finalmente es el viento quien facilita la caída del fruto, la localización de la parcela es determinante.
En ocasiones, la caída del fruto puede ser también consecuencia de una respuesta fisiológica de la planta que, de forma rápida, disminuye su fuerza de sujeción al pedúnculo. Situaciones de estrés producidas por excesiva humedad o por temperaturas bajas próximas a cero son responsables de ello. En el primer caso afecta, algunos años, a la mandarina Clementina ?Fina?, en suelos arcillosos.
Las bajas temperaturas (sin llegar a helar) provocan caídas importantes de frutos en la mandarina ?Nova? y, aunque de forma más errática, en la Clementina ?Hernandina?.
La utilización de auxinas de síntesis se ha mostrado eficaz para controlar la caída del fruto maduro de las naranjas navel. El éster isopropílico del ácido 2,4-diclorofenoxiacético (2,4-D) se ha utilizado con éxito desde los años 50 del siglo pasado (STEWART et al., 1947) Sin embargo, esta auxina de síntesis no se encuentra actualmente registrada para este fin en Europa. El éster 2-etil-hexil del ácido 2,4-diclorofenoxipropiónico (2,4-DP) sí lo está y puede reemplazar al 2,4-D de un modo eficaz para reducir la abscisión precosecha de las naranjas cuando se aplica antes de que se inicie el proceso. La respuesta depende de la concentración de 2,4-DP aplicada, reduciendo entre un 50% y un 75% el número de frutos caídos, en comparación con los árboles sin tratar, cuando se aplica a 15 mg l-1. El tratamiento no tiene ningún efecto sobre la coloración del fruto ni sobre las características internas en el momento de la recolección (Agustí et al., 2006).
La acción del ácido giberélico para mejorar la conservación de los frutos cítricos en el árbol (ver apartado anterior) aconseja su uso conjunto con el 2,4-DP en aquellas variedades sensibles a la caída.
Como en el caso de las Clementinas, el retraso en la recolección puede llevar implícito una reducción en la floración siguiente, cuya gravedad depende del hábito de floración de la variedad.
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