Una paradoja del nuevo milenio

Entrados ya en el s. XXI vivimos una revolución científica y tecnológica.

Productos, procesos y servicios incorporan cada día las innovaciones más avanzadas. Pero la ciencia y la tecnología no consiguen formar parte de la cultura de nuestros ciudadanos.

El término "las dos culturas", acuñado por Percy C. Snow (1) para describir la separación entre la cultura literaria y la científica refleja una patente realidad.

Aunque el propio Snow vislumbrase más tarde el despertar de una "tercera cultura" integradora, ello sólo añade una nota de optimismo al tradicional divorcio que padecen sociedades como la nuestra, en las que el término "cultura" se identifica exclusivamente con los saberes humanísticos, la literatura o el arte, y el calificativo de "intelectual" se reserva a quienes los crean, critican o consumen.

 

Consecuencias de un largo divorcio

Esta arraigada discriminación histórica, que niega a los conocimientos científicos su valor cultural, acarrea graves consecuencias. Así, por ejemplo, nadie puede pretender que una sociedad alejada culturalmente de la ciencia y la tecnología apueste decididamente por la investigación. Tampoco será fácil que sus empresarios, tan ajenos muchas veces al entorno científico-técnico, sepan incorporar con rapidez aquellas tecnologías emergentes que podrían hacerles más competitivos. En todo caso, preferirán comprarlas a desarrollarlas en sus propias industrias, a pesar del elevado coste que ello supone. Por su parte, los ciudadanos no presionarán a sus representantes parlamentarios para que desarrollen leyes que favorezcan la I+D+i, ni los agentes sociales reclamarán de los gobiernos una mayor atención a estas materias.

Ya hace años, el llamado "Manifiesto de El Escorial sobre la ciencia española", advertía de que "El problema de la ciencia en España debe ser considerado como una cuestión de Estado. También como un grave problema cultural, ya que ni la opinión pública ni muchos dirigentes políticos o económicos son conscientes de esta raíz de muchos de nuestros males". (2)

 

¿Analfabetos del Siglo XXI?

Carecer de una base en ciencia y tecnología, nos convierte en los nuevos "analfabetos funcionales" del siglo XXI. Y ello, no sólo por ser ciudadanos poco preparados para entender las innovaciones de los productos que consumimos, sino también porque esta nueva sociedad necesitará de personas con criterio para decidir sobre investigaciones que generan graves y novedosos interrogantes éticos sobre los que se hace necesario tomar partido.

No es ciencia ficción. Un ejemplo es el referéndum llevado a cabo en 1993 en Suiza, que tuvo como objeto decidir sobre "la protección de la vida y del medio ambiente contra las manipulaciones genéticas" o continuar con las investigaciones científicas derivadas de la biología molecular y genética.

Consultas como ésta sólo tienen sentido con ciudadanos bien informados sobre las materias objeto de decisión y tras promoverse debates nacionales en los que científicos, tecnólogos y pensadores expongan los pros y contras para que los votantes puedan formarse un criterio responsable.

En definitiva, el problema de limitar la noción de cultura para identificarla exclusivamente con los conocimientos de carácter humanístico, literario o artístico desemboca en un tipo de población que ignora lo que los científicos se traen entre manos mientras se generan suspicacias hacia los posibles resultados de su tarea investigadora. Se crea también en la sociedad una incapacidad para interpretar, desde la ideología, las profundas transformaciones sociales que produce la tecnociencia. Como decía George Steiner, no sin ironía, "la crisis empezó con Galileo: él dijo que la naturaleza habla matemáticas. Así que los que no entienden matemáticas no pueden entender el futuro de la humanidad. Debemos tender un puente que una esos dos lenguajes". (3).

 

Algo sobre raíces y culpables

Cuando buscamos las raíces de estos males, solemos señalar acertadamente y en primer lugar a los planes de enseñanza, por ser inadecuados para formar a los estudiantes en una cultura integradora más acorde con el mundo en el que han de vivir. Pero los responsables del diseño de estos planes son víctimas, a su vez, de este desenfoque cultural por lo que siempre solicitan una mayor protección para los estudios de carácter humanístico a los que consideran en peligro de extinción. Poco cabe pues esperar de este camino. Es más, hay motivos para pensar, aunque resulte paradójico, que la cultura humanística también está acorralada en nuestros días.

Otra causa de nuestra situación es la falta de una decidida estrategia nacional, con fondos ligados a los Planes de I+D+i, cuyo objetivo sea difundir al gran público los resultados de dichos Planes. Si bien es cierto que existe un Programa gestionado a través de Fecyt (Fundación Española de Ciencia y Tecnología) también lo es que su dotación resulta insuficiente para el número y calidad de las solicitudes que se presentan anualmente a las convocatorias.

Y, desde luego, también solemos poner en la diana de nuestras críticas a los medios de comunicación a los que acusamos, y no sin razón, de no prestar suficiente atención al entorno científico. Huelga decir que, para los mass media, la ciencia no es materia que produzca beneficios en forma de publicidad, ni da votos, ni otorga poder político. Por ello, los medios impresos disponen de los mismo espacios que hace años cuando la información científica que les llega ahora, procedente de todo el mundo, ha crecido de manera exponencial. Sí se puede culpar a los medios que sigan llenado sus páginas y programas de información política o de chismorreo cuando las encuestas manifiesten la saturación que, la menos la política, produce en los lectores. Es decir, "cuando se quiere, se puede".

 

Centros de investigación y Revolución Cultural

Necesitamos, pues, poner en marcha una verdadera revolución encaminada a integrar la tecnociencia en la cultura del ciudadano corriente.

Pero los cambios culturales son lentos y necesitan de alguien que los lidere.

En nuestro caso este liderazgo sólo puede ser asumido por los centros de ciencia y de tecnología, con el impulso de los propios científicos y tecnólogos.

La razón es muy sencilla: sólo pueden compartir aquellos que tienen.

Es hora, además, de que el mundo de la ciencia asuma su cuota de responsabilidad en esta situación que tanto lamentamos, de la que nos quejamos continuamente y que a nadie favorece. Deberíamos reconocer que parte del problema se debe a que durante siglos ha existido una postura elitista de los científicos hacia la sociedad, tal vez debido a la dificultad objetiva que ofrece la divulgación científica. El hecho es que no ha existido en los investigadores un interés decidido en extender sus conocimientos al gran público y tampoco han sentido la necesidad ética de hacerlo. Por el contrario, sí ha prevalecido un cierto desprecio corporativo hacia aquellos escasos colegas investigadores que divulgaban.

De hecho, el entorno académico, por ejemplo, lejos de desarrollar un sistema para premiar al divulgador, le ha penalizado negándole cualquier tipo de reconocimiento curricular.

Afortunadamente, ya se percibe en la orilla de la ciencia un clima de cambio que favorece el abandono de esta postura para apostar decididamente por transmitir los conocimientos al gran público. Difundir la ciencia ya no puede percibirse, desde los centros de ciencia y tecnología, como un lujo altruista sino, más bien, como una necesidad y una inversión muy rentable si queremos encontrar el apoyo decidido de nuestra sociedad.

Preguntado el conocido paleontólogo de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga, por el valor de la divulgación, decía: "sobre la divulgación científica, tengo muy claro que hay un señor que en este momento está faenando en el Gran Sol y que me está pagando mi sueldo. Y otro señor que está subido a un andamio que también me está pagando mi sueldo y mis investigaciones. El que yo piense que estoy investigando para disfrutar yo, me parece directamente inmoral". Nadie debería tener la desfachatez de decir, y eso lo he oído, "la investigación tiene que estar guiada por la curiosidad del investigador".

¿Y usted pretende que un señor que está faenando en el Gran Sol le pague a usted su sueldo para que usted se dedique a investigar lo que le apetezca y que no dé cuentas a nadie? Eso me parece directamente una desfachatez, una inmoralidad social, impresentable. (4) En resumen, la investigación científica (centros e investigadores) contraen con la sociedad un compromiso múltiple. Por una parte, el de hacer ciencia de la mejor calidad. Por otra, trasvasar conocimientos en un lenguaje asequible que ayuden a elevar el nivel cultural de los ciudadanos para así participar de sus conocimientos y, al mismo tiempo, poder valorar lo que hacen los científicos. Y, desde luego, transmitir, siempre que sea posible, conocimientos útiles y capacidades tecnológicas aptos para mejorar la productividad y competitividad de las empresas.

Dicho esto, tanto el trasvase cultural como el de capacidades a las empresas no es igual para unas ciencias que para otras. Y la responsabilidad de hacerlo, o no, tampoco es la misma. El trasvase de conocimientos, por ejemplo, desde la lógica matemática ni es algo obvio ni inmediato, y el no hacerlo no conlleva tan graves consecuencias como en otras ramas del saber.

 

La Agricultura, ¿un caso singular para la comunicación?

Sin duda que sí, y lo es por su excepcional importancia. Si exceptuamos la biomedicina y sus aplicaciones clínicas, difícilmente podremos encontrar una actividad investigadora cuyos resultados produzcan resultados tan beneficiosos para el ser humano. Agronomía y agricultura constituyen un sistema dual que podríamos calificar de paradigmático y merecedor del máximo interés de los ciudadanos.

La agronomía es la ciencia y la agricultura su aplicación. Pocas aplicaciones tan visibles como ésta cuyo fruto termina en los mercados. La comunicación debe aprovechar esta cercanía a la gente. Lástima que la mayoría de las veces aparezcan en los medios asociados a problemas como los incrementos en los precios o las noticias inquietantes que a veces los rodean. El binomio agronomía-agricultura ofrece por consiguiente, para la comunicación, la doble vertiente de una lucha por aumentar el conocimiento orientado y, de otra, por saber aplicar estos conocimientos y responder así a los dramáticos retos sociales que se extienden a todo el planeta.

La agricultura es una muestra de cómo a lo largo de la Historia, la evolución y continua absorción de inventos e innovaciones por parte de un sector productivo ha provocado profundas revoluciones en las estructuras y relaciones sociales e influido en el concepto mismo de propiedad.

Por caminos acertados o no, estas convulsiones han desembocado en una búsqueda de una mayor eficacia y productividad de tierras y cultivos.

Por ello, a lo largo de los siglos, la agricultura está marcada por revoluciones técnicas en las tareas del trabajo de la tierra, los riegos, la manera de sembrar y cosechar, las semillas, los fertilizantes y abonos, etc. Es obvio que no siempre las innovaciones son fácilmente absorbidas por un sector como el agrícola donde la sabiduría popular tiene tanto de ancestral y arraigada tradición. Por ello, sin una adecuada divulgación previa muchas de las tentativas innovadoras tienden a fracasar. Esto llega a ser especialmente llamativo en las agriculturas de algunas zonas tropicales, hecho que se suma a otras dificultades en esas latitudes nada fáciles de atajar.

Pero aquí de lo que hablamos no es de la comunicación a los colectivos expertos sino a aquella comunicación que tiene como objetivo el gran público.

Sabiendo que, como queda dicho, comunicar es una obligación y no un lujo, debemos partir de algunas premisas.

La primera, ya insinuada pero especialmente importante, es que éste es un campo en el que la investigación científica y tecnológica despiertan con frecuencia desconfianza en el público. En efecto, los descubrimientos abren ventanas a determinadas técnicas y experimentos que generan razonables dudas éticas y temores sobre la posibilidad de ser utilizados de manera perversa. Palabras como clonación o alimentos transgénicos no dejan indiferentes a los ciudadanos que, aunque ignoren el exacto alcance de los mismos, temen por sus consecuencias.

Suministrar a los consumidores una información clara, objetiva y fiable sobre estas materias es un deber y la mejor manera de evitar especulaciones que pongan en tela de juicio parte de las investigaciones. Poniendo un paralelismo, se debe aclarar que la investigación siempre es positiva y que es muy diferente conocer a fondo el átomo y cómo funciona a fabricar una bomba atómica. Por su parte, los investigadores deberían saber que la comunicación es un puente de dos direcciones y no viene mal escuchar las inquietudes de los ciudadanos para serenarlas.

La segunda, es que la investigación agronómica participa, de cara a su divulgación, de los mismos problemas que otras ramas de la investigación. Y es que comunicar hoy en día es competir de una manera feroz con la tormenta de mensajes que inundan nuestra vida cotidiana. Además, las diferentes ramas de la ciencia compiten entre sí por los medios económicos que siempre son limitados.

Si no comunicamos y explicamos el valor de lo que hacemos estaremos en desventaja respecto a otros campos de la investigación emergentes que tal vez vendan mejor su "producto". Deberíamos saber responder a esta pregunta: "puestos a elegir el destino de mis impuestos para I+D, ¿cuánto debería dedicar a la agronomía, a la nanotecnología, a la biomediciana o a la astrofísica, por ejemplo" "¿Qué es más rentable y urgente para la sociedad?"

A la hora de diseñar los contenidos de nuestra comunicación, debemos identificar nuestros puntos fuertes, las bazas que tenemos en la mano. Por ejemplo, la agronomía es una de las ciencias con un carácter interdisciplinar más notable. En ella se cruzan campos tan diversos como las matemáticas y la informática aplicadas, la microbiología y biología vegetal, las cuestiones relativas al medio y el desarrollo rural, pasando por la genética, la fisiología, la caracterización y elaboración de productos agrícolas o todo lo relativo a la sanidad de la alimentación humana. Es por consiguiente, una ciencia enormemente rica que, además, se orienta a una tarea tan noble como lograr los mejores cultivos, la producción de alimentos, la elaboración de biocarburantes, etc.

En el horizonte está una mejora inmediata del bienestar del ciudadano mediante el aumento de productos de primera necesidad que a todos nos interesan.

Por último, los avances en agronomía tienen nada menos que en la agricultura (tan próxima a todos los consumidores) su gran campo de aplicación. Todo ello supone un gancho suficientemente potente del que colgar nuestros mensajes al ser la agricultura un sector productivo fundamental de cara a ese espanto que contemplamos impotentes todos los días de niños muriendo de hambre y sabiendo que sólo la investigación y la generosidad de las potencias en su aplicación práctica podrá solucionar el tremendo ese drama de los países pobres. "¿Es útil la ciencia?" se pregunta frecuentemente el hombre de la calle. En nuestra comunicación debemos ligar cada avance, cada logro, con sus repercusiones positivas en la lucha por resolver estos problemas.

 

Pero, ¿y los medios para comunicar?

La comunicación es tarea de profesionales. Periodistas que se especializan en estas materias o científicos que renuncian a la investigación y buscan una salida tras aprender las técnicas de la comunicación. El año 2007 fue declarado Año de la ciencia en España. Quizás la iniciativa más interesante puesta en marcha por el entonces Ministerio de Educación y Ciencia (MEC) para ese año fue la de impulsar la creación de Unidades de Cultura Científica (UCCs) en las Universidades, Centros Públicos de Investigación, Fundaciones, etc. La tarea de estas Unidades: acercar la investigación de centros y científicos a la sociedad.

Porque los investigadores no son los responsables directos de llevar a cabo la divulgación. El investigador cumple con su trabajo cuando hace ciencia, y, fruto de su trabajo, publica un artículo científico (paper) en la mejor revista de la especialidad. Es el centro de investigación el verdadero responsable de poner los medios y crear estas estructuras de interface (la UCC u otra similar) para que los resultados de las investigaciones lleguen al público en un lenguaje asequible y envuelto en unos medios que sean atractivos.

A pesar de la importancia de los descubrimientos que seamos capaces de conseguir, mejor no esperar a que los medios de comunicación dediquen grandes espacios a nuestra información. Seguirán en lo suyo (política, grandes problemas internacionales y nacionales, sucesos, cultura tradicional, deportes, economía ligada a las empresas de otros sectores, chismorreo, etc.); y, previsiblemente, sólo habrá una presencia de nuestras noticias cuando estén ligadas a la gran política agrícola europea, cuando existan logros muy espectaculares o cuando salten a la palestra cuestiones que producen alarma social: experimentos inquietantes, subidas disparatadas de los precios agrícolas, conflictos en alguno de los eslabones intermediarios entre productores y consumidores, disminución de alimentos en pro de los biocarburantes o el peligro que tiene para los cultivos autóctonas introducir especies no alimentarias extrañas para producirlos.

Los resultados de la investigación de fondo, positiva y cotidiana, tendrán poca repercusión mediática porque no son "noticia".

 

Comunicación sin intermediarios

Internet permite abrirnos al mundo entero de manera directa, sin intermediarios, y prescindir así de lo que puede o no interesar a los medios de comunicación. Tenemos un mensaje que enviar y debemos transmitirlo. Montemos una buena WEB en la que, además de las secciones dirigidas a los colegas y profesionales, tengamos otras bien concebidas para la divulgación. Utilicemos la gran cultura visual que tiene el público para ilustrar nuestras noticias con imágenes, vídeos, animaciones, etc.

Invitemos a los investigadores del centro a difundir también, de manera asequible, sus resultados científicos. Tal vez algunos se animen.

No nos olvidemos de invertir en las futuras generaciones. Ahora están en los centros de enseñanza. Se pueden organizar actividades dirigidas a los escolares y, siempre que nos sea posible, desarrollemos y suministremos a los profesores materiales didácticos sobre nuestras materias (ciencias y su conexión con la agronomía) que puedan utilizar e interesar así a sus estudiantes. Se pueden organizar también otras actividades (concursos, exposiciones, visitas guiadas, etc.) que puedan crear afición por la agricultura, en las que escolares y profesores puedan participar.

Como la WEB "no viaja", siempre podremos crear boletines digitales cuyos contenidos hagamos llegar a colectivos interesados (también a los medios de comunicación). Y cuando tengamos un centro de investigación, abramos sus puertas al público periódicamente para permitir que la gente conozca de manera directa lo que hacemos porque así entenderán mejor nuestro mensajes y la importancia de lo que hacemos.

 

Conclusión

La investigación científica y tecnológica es uno de los caminos (aunque no el único) para aliviar e, incluso, erradicar muchos de los graves problemas que sufre la Humanidad. Y uno de ellos, quizás el más inmediato y primario, sea la carencia de alimentos. Hace tiempo que la sabiduría popular no basta para mejorar los cultivos. Necesitamos invertir, y mucho, en investigación agronómica.

Hay millones de personas que pasan (y mueren de) hambre. Desde luego que poco podemos hacer sin la voluntad decidida de las naciones poderosas.

Pero necesitan también de nuestra investigación como de otros logros como, por ejemplo, de vacunas eficaces. Sensibilizar a la población sobre la importancia de la investigación relativa a estas materias es tarea nuestra. Nuestros mensajes no debemos dejarlos exclusivamente en manos de los medios de comunicación. Necesitamos explicar a la sociedad que es posible producir alimentos para todos. Para ello, necesitamos investigar y también lograr una fuente de energía limpia e inagotable. Si tenemos energía, también tendremos agua. Y, en relación a la fuente de energía, ya estamos en ello. Es tan complicado y tan sencillo como reproducir aquí, en la Tierra, y de manera controlada, lo que ocurre en el seno una estrella: los átomos de Hidrógeno se fusionan para producir Helio y, en este proceso, una pequeña masa se transforma en energía.

Con esta energía, con el profundo conocimiento del suelo y de los avances en agronomía, podremos hacer milagros.

 

BIBLIOGRAFÍA

CHARLES PERCY SNOW ("Las Dos Culturas ". Conferencia Rede. Cambridge, 1959. Ed. Alianza Editorial, Madrid 1977)

(2) "Manifiesto de El Escorial sobre la ciencia española" (Documento de un grupo de profesores de la Universidad dirigido a SM el Rey de España, al Presidente del gobierno y a la opinión pública, 2 de agosto de 1996)

(3) GEORGE STEINER (Entrevista. Diario "El País", 17 de enero de 2001)

(4) JUAN LUIS ARSUAGA. (Entrevista. "IAC Noticias", diciembre de 2004).

PARA MÁS INFORMACIÓN

"Comunicar la ciencia". Fundación Cotec (www.cotec.es)

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